Para muchos, y no para todos, porque en realidad solo una parte de los trabajadores, aquellos que sus sindicatos negociaron con la patronal, pueden descansar desde este Domingo de Ramos toda la semana mayor, principalmente en las playas, el campo y montañas, pues los demás trabajan hasta el miércoles.
Es decir, el asueto por la vigilia del período más importante del calendario litúrgico católico comienza el jueves cuando Jesús invitó a sus apóstoles a cenar, la última, en la que aprovechó para instituir la Eucaristía, el orden sacerdotal y el mandamiento del amor.
Pero ese mismo día por la tarde la conspiración contra él organizada por los fariseos del Sanedrín le fue cerrando el cerco hasta aprehenderlo y al día siguiente, viernes, aconteció la tortura y muerte clavado en una cruz en el Gólgota.
Ya para ese momento las maquinarias de las usinas en todo México, incluidas las maquiladoras estadounidenses a lo largo de los tres mil 200 kilómetros de frontera común, estarán paralizadas.
Aquellos obreros con posibilidad de hacerlo, estarán dándose un merecido chapuzón en las playas del Pacífico o del Atlántico, según su cercanía a estas y los recursos disponibles.
El denominado sábado santo es el día en que los balnearios, hoteles y polos turísticos compiten con las iglesias, pero todo será barullo, en contraposición del ordenamiento litúrgico que demanda silencio y oración, y nada de alcohol y fiesta.
Las autoridades civiles intentan contribuir a esa santa norma, y muchos gobernadores imponen en sus feudos ley seca, pero con el debido cuidado de no afectar a la industria turística, que obtiene siempre en la época del santísimo más ganancias que los mercaderes del templo.
Por supuesto, es que en el transcurso de estos dos mil y pico de años desde aquella tragedia de Jerusalén, el mundo ha cambiado mucho, y las obligaciones litúrgicas de antaño ya no lo son tanto, en algunos casos han perdido mucho vapor mitológico y en otros la modernidad se ha impuesto con la consiguiente distorsión del culto.
Los jerarcas del turismo contribuyen a esa transformación, pero en verdad no les cuesta tanto lograr que la gente escoja la playa en vez de la iglesia, ni hacerse de la vista gorda o registrar equipajes en busca de botellas prohibidas, que después de ser vaciadas empleados de limpieza recogen en la arena.
A la iglesia no le molesta mucho ese proceder de la gente. Sabe que es natural, y que no significa que la devoción feérica abandone las almas y el corazón.
Siempre habrá agua bendita para el sediento o necesitado de ella, e incienso y mirra para quien busca respirar en ambientes de paz, amor y tranquilidad, aunque siga empinando el codo.
mgt/lma