Por Pierre Lebret
Politólogo francés, experto en cooperación internacional
Sondeos indican que Emmanuel Macron ganaría con 54 por ciento, otros que anuncian un margen mucho más estrecho, con 51 por ciento para el actual mandatario y 49 por ciento para Marine Le Pen.
Hace cinco años Le Pen alcanzó 33 por ciento en la segunda vuelta. ¿Pero qué hace tan diferente este balotaje?
Primero: la candidata Le Pen logró mutar, cambiar su imagen para ser identificada como una persona más presidenciable. Estuvo mayormente enfocada en hablar de temas que históricamente su partido no había abarcado, como el poder adquisitivo. Logró estar más cerca de las verdaderas preocupaciones cotidianas de la gente.
Sin embargo, su programa sigue igual de radical y poco posible de aplicación. Esa mutación se refuerza con la irrupción del candidato ultraderechista Eric Zemmour, que expresó sus posiciones radicales durante toda la campaña.
Segundo: esta vez Le Pen cuenta con una reserva de votos, la mayoría del electorado de Zemmour, quien alcanzó siete por ciento, y se inclinarían por la rival de Macron.
Por otro lado, Jean-Luc Mélenchon, quien logró un histórico 22 por ciento, fue claro en expresar “¡ningún voto para Le Pen!”. Pero según los últimos sondeos, 23 por ciento de los electores votaría por la candidata de la extrema derecha, 33 por ciento por Macron y el resto se abstendría.
Tercero: es de esperar que el debate anunciado para el 20 de abril sea un ejercicio más difícil para Macron, presidente que puede defender su política pero será al mismo tiempo el flanco de críticas en varios aspectos como el social y el medioambiental.
Este encuentro podría ser mejor aprovechado por la candidata de la extrema derecha, que tratará de evitar los errores del debate de 2017.
¿CAMBIAR LA IMAGEN?
Para ganar, Macron debe volver a hablarle al electorado de izquierda. Pero el actual mandatario osó durante su campaña proponer medidas impopulares, que pocos se atreverían a hacer en una contienda electoral.
Entre los ejemplos figuran aplazar la edad de jubilación a los 65 años, o su voluntad de aumentar el valor de los derechos de inscripción en la educación superior, al atacar uno de los principios sociales emblemáticos del país galo.
Durante su mandato fue tildado de “presidente de los más ricos”, dada su política económica y la eliminación del impuesto a las fortunas. Una imagen que se ha ido reforzando con el pasar de los años.
En plena pandemia a pesar de la ayuda estatal a diferentes sectores, el número de camas de hospitales siguió reduciéndose, priorizando una visión mercantil del nosocomio público.
Hace poco estalló el escándalo McKinsey y varias fuentes aseveran que durante el mandato de Macron se pagaron más de 1,5 billones de euros en prestaciones externas, lo que generó un revuelo y fue criticado por la gran mayoría de los candidatos.
En los próximos días, el mandatario debe anunciar medidas urgentes a nivel social y cambiar esa imagen de “presidente de la elite”.
Otra lección de esta primera vuelta es la confirmación de la caída, difícilmente remediable, de los partidos tradicionales que gobernaron durante más de 40 años, hasta el 2017.
La derecha republicana, el PC, PS, los verdes, todos llamaron a votar por Macron. Sin embargo, la poca votación obtenida por éstos hace que “el cordón sanitario” o frente republicano para evitar la victoria de la extrema derecha sea mucho más débil que hace unos años.
Nunca antes la amenaza de la extrema derecha había obtenido niveles de adhesión tan altos a pocos días de la elección. El peligro acecha, y las consecuencias serían nefastas al tener una persona de la extrema derecha, abiertamente racista, sentada en el Elíseo.
Tampoco se puede olvidar que Francia es una potencia nuclear y miembro permanente con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. No da lo mismo quién gobierne. Como lo expresaba el expresidente François Mitterand: “Le nationalisme, c’est la guerre”.
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