Las jornadas previas al hito fueron expectantes, agónicas… Desde un boleto intencional que supo a canallada hasta un partido postergado por lluvia, todo amante del béisbol esperaba en vilo la hazaña de “Miggy”, incluso sus propios rivales.
De hecho, cuando el designado y tercer bate de los Detroit Tigers depositó en el right un envío de su compatriota Antonio Senzatela, el primero en acudir a abrazarlo fue el cubano José Iglesias, su viejo compañero en la franquicia de la Ciudad Motor.
Aquella imagen me recordó la bendita tarde que conversé con Cabrera, en diciembre de 2015. El oriundo de Maracay estuvo en La Habana con una delegación de la Major League Baseball (MLB), un viaje que entusiasmó -e ilusionó- a muchos. Los cubanos se robaron el show del encuentro: todos querían saludar o tomarse un selfie con Yasiel Puig, “Pito” Abreu o Alexei Ramírez, como si en aquel salón del Hotel Nacional no estuvieran dos ganadores de la Triple Corona: Clayton Kershaw y Cabrera.
Kershaw, inmenso y vestido informalmente, me confesó que esperaba encontrar en La Habana el origen de la pasión con que juegan los caribeños. A su vez, Cabrera no tuvo más que palabras de admiración para sus colegas de la isla.
“El pelotero cubano es completo, integral, te gana con un batazo, te gana con un toque de bola o un robo. Son buenísimos, siempre dan lo mejor, y los respeto”, afirmó el corpulento slugger, embutido en una camisa clara que a duras penas lo contenía.
Ataviado con una gorra de visera de plato, el jugador fue todo sonrisas y prodigó saludos, autógrafos y fotografías entre los presentes y ante la mirada tranquila de dos leyendas, el mánager Joe Torre y Dave Wingfield.
“Estar en Cuba es un honor, esperamos dejar un impacto en las futuras generaciones y también aprender nosotros”, agregó Cabrera, quien participó entonces en dos clínicas para talentos juveniles. Por cierto, también probó algo de la mítica noche habanera.
Pasó el tiempo, y se sucedieron las marcas. En agosto pasado, Cabrera despachó su jonrón 500 y actualmente es uno de los siete peloteros con medio millar de jonrones y tres mil hits en la centenaria historia de las Mayores. ¡Como si necesitara más mérito!
De vuelta al momento histórico, a pedido de “Miggy” resonó en los parlantes del Comerica Park la inconfundible Alma llanera, esa suerte de himno no oficial que, según los venezolanos, anuncia que la fiesta está al terminar. Pero a sus 39 años, el gran Miguel Cabrera todavía tiene música en el madero, béisbol para disertar y la gloria asegurada.
(Tomado de Orbe)