La Declaración Final casi no se conoce, ni tampoco una denominada Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas emitida por la Casa Blanca, aun cuando la Secretaría de Relaciones Exteriores de México dijo que se sumaría a los países firmantes.
Es un asunto de esperar, pues hasta el momento es una especie de carta de intenciones sin programa ni estructura.
Hasta el nombre parece un calco de aquella lejana y fracasada Alianza para el Progreso de 1961 en la época del expresidente John F. Kennedy contra Cuba, con la OEA como ahora, de protagonista inútil y mercenaria, enterrada en 1970 tras su fracaso.
Un cuarto de siglo después, precisamente en otra cumbre como esta de Los Ángeles, pero celebrada en diciembre de 1994 en Miami, el presidente William Clinton, -quien codificó y convirtió en ley el bloqueo a Cuba al firmar la Helms-Burton,- propuso establecer un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
Los resultados fueron mucho peores que los de la Alianza para el Progreso, y fue enterrada definitivamente en Mar del Plata en el marco de otra Cumbre, la IV con George W. Bush de presidente y Vicente Fox, de México, encargado por la Casa Blanca de defenderla.
Fue memorable la Cumbre de los Pueblos en la cual el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, lanzó el histórico “ALCA, Al Carajo”.
Pero el ALCA no fue el último intento de Estados Unidos de dominar por la vía del comercio a su añorado patio trasero.
Exactamente 14 años después de aquel gran fracaso, otro presidente, Donald Trump, utilizó el mismo esquema con lo cual mostraba también su falta de ingenio.
El 11 de diciembre de 2019 propuso su iniciativa America Grows (América Crece), consistente en más o menos lo mismo que está expresando Biden en su carta de intenciones.
Trump pudo haberla titulado con el manoseado nombre usado por Biden, Alianza para la Prosperidad, pero él fue más original. Su sustituto pudo bautizar la suya America Grows y con ello ahorrarse tiempo, trabajo y dinero porque, hasta lo publicado, es lo mismo.
Su alianza tiene, para ser exactos, varios acápites, según la versión en español de la Hoja Informativa de la Secretaría de Estado de Estados Unidos: Hacer que las cadenas de suministro sean más resilientes, Actualizar la negociación básica, Crear empleos de energía limpia para el avance de la descarbonización y la biodiversidad, Asegurar un comercio sostenible e inclusivo.
Muy poco se sabe hasta ahora del proyecto, y lo único nuevo de esos objetivos es la palabra “resilientes” que en épocas de la Alianza para el progreso y la America Grows no estaba de moda.
Biden también ha repetido el mismo juicio de valor que sus antecesores: se trata de “un nuevo acuerdo histórico para impulsar la recuperación y el crecimiento de la economía” porque “la desigualdad de ingresos está aumentando, millones de personas están cayendo de nuevo en la pobreza y la inflación mundial, agravada por la guerra de Putin en Ucrania, está poniendo a prueba los presupuestos de las familias”.
Es muy bueno que el presidente de Estados Unidos descubra que millones de personas están “cayendo de nuevo” -como si nunca lo hubiesen estado-, en la pobreza, aunque suene patético.
No está claro si los tres mil 200 millones de dólares prometidos en la cumbre para acabar con las causas que originan el éxodo, una bicoca al lado de los 40 mil millones en armas para Ucrania, son parte del presupuesto de la Alianza.
El propósito es semejante a los de Kennedy, Bush y Trump con sus respectivas alianzas: reafirmar la hegemonía en toda América, aunque en el caso de Biden con el agregado de obtener apoyo en su enfrentamiento a Rusia y China. En realidad, ese fue el objetivo de la cumbre.
Ojalá la alianza le sirva a México para arrancarle a Biden el compromiso de invertir en los planes de El Salvador, Honduras y Guatemala, principales emisores del éxodo, para los cuales hasta ahora la Casa Blanca no ha soltado ni un solo dólar y el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador los enfrenta solo.
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