Ubicada en el entorno del céntrico parque La Libertad, con predominio constructivo del estilo ecléctico, fue edificada con fines comerciales e inaugurada el 1 de enero de 1882, función que realizó hasta enero de 1964; cuatro meses después fue reabierta como el primer museo farmacéutico de Latinoamérica.
Testigo de su despegue y artífice del esplendor de esta institución es Marcia Brito, directora durante las últimas cuatro décadas, quien accedió gustosamente a conversar con Prisma.
“Aunque soy especialista en botánica, mi profesión se articula con el trabajo de la botica. Desde el siglo XVII hasta la centuria pasada, tanto los farmacéuticos como los médicos tenían en su formación una carga fuerte de esta disciplina porque las formulaciones se preparaban fundamentalmente a partir del uso activo de las plantas”, explicó.
Como profesora del Instituto Superior Pedagógico Juan Marinello, llegó a realizar una investigación en el herbario de la botica, y así fue cómo se estableció el primer vínculo con este lugar, el cual se mantiene hasta la fecha, rememoró.
Este es un sitio que te atrapa desde que llegas “y empiezas a descubrir lo que aquí se atesora, a identificar su autenticidad, a reconocer la importancia después de 140 años y a apreciar que la familia fundadora haya preservado este patrimonio de indiscutible valor para los estudios actuales y futuros de la evolución de las ciencias médico-farmacéuticas cubanas”.
Excepcionales constituyen sus variadas, irrepetibles y exclusivas colecciones de finales del siglo XIX, que se presentan completas y en sus estados originales: un caudal de cientos de miles de piezas, casi un millón de etiquetas e igual cantidad de fórmulas asentadas en los libros de receta, así como un enorme depósito de libros, todos como fundamento para el desarrollo de esta especialidad.
Otras joyas del museo los utensilios farmacéuticos de todo tipo, incluso instrumental médico que se vendía en la botica como parte de sus ofertas, así como productos bases para componer las fórmulas orientadas por los galenos.
Un valor añadido es la preservación del mobiliario original, ya que el inmueble como tal es de gran valía al mantener, cerca de siglo y medio después, más de un 98 por ciento de autenticidad en pisos, muros, techos y vigas.
“Somos la única institución perteneciente al Consejo Nacional de Patrimonio Cultural en contar con los premios nacionales de Restauración, en 2008, y el de Conservación, en 2020, en virtud de la magnitud y el rigor con que se acometieron las intervenciones.
Una entidad como esta nunca deja de conservar y restaurar; ahí está el secreto y la esencia de poder mantenerla, significó Brito, quien tuvo palabras de elogio para los fundadores: el doctor francés Ernesto Triolet y su homólogo cubano Juan Fermín de Figueroa.
Por otra parte, atribuyó el fuerte arraigo del Museo Farmacéutico en la población matancera a las atractivas y antiguas colecciones, la sobriedad expositiva y a su vínculo con la comunidad.
“No somos elitistas ni nos vemos solo como referencia bibliográfica; existimos para que la población acuda, nos conozca, interactúe, se enriquezca, venga a deleitarse, a llevar información. Aquí muchos alumnos de las diferentes enseñanzas realizan sus trabajos docentes, y respaldamos también algunos estudios de posgrado”, especificó.
En estos 58 años de existencia como museo, se han articulado extensiones en centros de estudios y de trabajo, y mediante conferencias, conversatorios y charlas, exponemos cómo los utensilios, los textos y el laboratorio están en perfecto estado de funcionamiento, añadió.
En la actualidad, el equipo de trabajo se encuentra enfrascado en conquistar lo que llaman “tercer instante de esplendor”: lograr la declaratoria como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Mientras tanto, para la Atenas de Cuba constituye un verdadero orgullo contar con tan valioso exponente.
(Tomado de Prisma)