México vive desde julio de 2018, cuando López Obrador ganó las presidenciales, en el filo de la navaja, porque la derecha que le impidió en dos elecciones anteriores llegar al Palacio Nacional, se juramentó para no dejarlo gobernar.
La batalla para ejecutar su programa antineoliberal es dura, con el hándicap de que la inició casi en solitario cuando fenecía la época de los gobiernos progresistas de América Latina que protagonizaron líderes como Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Inácio Lula Da Silva y Néstor Kirchner.
La victoria de Amlo, como le llama el pueblo, revirtió esa situación y con él renació la esperanza de muchos pueblos del sur de retomar los caminos de soberanía entorpecidos y bloqueados por Estados Unidos, las transnacionales extranjeras y la Organización de Estados Americanos (OEA).
El golpe de Estado orquestado por la OEA en Bolivia contra Evo Morales, y procesos de retroceso político en Brasil, Argentina, Ecuador, y una brutal campaña mediática y agresiones económicas contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, tenían también como objetivo debilitar y aislar la Cuarta Transformación de México.
Recuperados caminos soberanos perdidos en el continente, como quedó demostrado en la frustrada cumbre de las Américas convocada por el presidente Joe Biden, el triunfo de Petro evidencia lo proclamado por López Obrador de que Nuestra América ya no es más aquella que dominaban con cañoneras, bloqueos y saqueos.
Saliendo al paso a los esfuerzos del uribismo de hacer abortar un triunfo previsible de Petro con un candidato fabricado en poco tiempo, pero con un enorme y peligroso caudal mediático detrás, López Obrador denunció la sucia e indigna campaña contra el exguerrillero y convocó a los colombianos votar conscientemente.
Los ecos de la victoria de Petro y Márquez repercuten en los puntos neurálgicos de América como un mensaje inequívoco a la Casa Blanca de que el cambio de época es el todo y no la parte de la nueva realidad latinoamericana en la que insistiera López Obrador al inducirlo a una cumbre incluyente que despreció.
Voces como las de los presidentes de Argentina, Bolivia, Ecuador, Chile, Perú, Venezuela, Cuba, Managua y los del Caribe, le dan una connotación continental al triunfo de Petro y su compañera de fórmula, la afrocolombiana Francia Márquez.
En México se cree muy firmemente que ese triunfo histórico en Colombia, donde por vez primera se elige a la presidencia a un político de izquierda probado, amplía las condiciones para crear una integración regional sin hegemonismos ni bloqueos, con respeto a la soberanía y la forma de pensar de cada pueblo.
Con Petro en el gobierno de Colombia, Latinoamérica puede tener un poco más de poder para resistir las desgracias que su poderoso vecino del norte le ocasiona, y aumentar la influencia para negociar los términos de su relación con Estados Unidos de manera real y no el paripé de la reciente reunión de Los Ángeles.
México podrá estar más acompañado en esa batalla por la unidad, la no exclusión y hacer más cercano el cumplimiento de la divisa juaristas de que tanto entre naciones como individuos, el respeto al derecho ajeno es la paz.
La idea de Amlo es que, más temprano que tarde, Estados Unidos tendrá que negociar con los pueblos al sur del río Bravo porque la división del mundo en bloques comerciales impedirán que se mantengan las desigualdades geoeconómicas y sociales.
Cuando eso suceda, como ha alertado Evo Morales y propuesto López Obrador, América Latina, incluida el Caribe, deberá estar unida como la plata en las raíces de los Andes, citando a Martí.
Entonces, como expresó el canciller Marcelo Ebrard en Los Ángeles, en la próxima cumbre no se hablará del bloqueo a Cuba, ni de exclusiones, ni existirá la OEA, porque habrá llegado el momento de refundar el orden interamericano.
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