Vallas publicitarias, grandes edificaciones, construcciones modernas, ambiente limpio y la costa de la bahía de Jounieh matizan la vista durante la travesía como un impresionante testimonio del paso del tiempo.
Con más de cinco décadas de funcionamiento, el teleférico constituye una de las atracciones turísticas más antiguas y visitadas del país en cualquier época del año.
Según la extensión del cable de mil 570 metros, la aventura desde la estación inicial en Jounieh hasta Harissa permite visualizar el contraste del verde de los cedros con el azul del mar Mediterráneo en tan solo nueve minutos en un recorrido de ida.
En sus telecabinas todo es calma, el ascenso aleja del bullicio de la urbe, el susurro del viento resulta más palpable a medida de la altitud y la perspectiva de la zona cambia ante los ojos.
A lo alto del teleférico, el santuario de Nuestra Señora de Líbano protege en esta nación multirreligiosa a cristianos y musulmanes, quienes veneran la pureza y la piedad de la Virgen de Harissa.
Desde el llano, la estatua de 15 toneladas en bronce, pintada de blanco y con los brazos extendidos cobija a todo el pueblo libanés y en la capilla resguarda las oraciones de los fieles.
La colina del pequeño poblado de Harissa, a 27 kilómetros al norte de Beirut, establece el polo de la cristiandad oriental y la basílica ampara el símbolo de la Virgen de las montañas y los océanos.
El sitio resulta obligado encuentro para feligreses y turistas, quienes llegan en muchos casos a cumplir una promesa o simplemente a admirar la historia de un lugar, bendecido por la visita del Papa Juan Pablo II en 1997.
Más allá del paseo por la montaña y la visita a la Patrona de Líbano, el teleférico de Jounieh ofrece opciones gastronómicas y recreativas para familiares y amigos.
En medio de la crisis económica, el Ministerio del Turismo lanzó una campaña para recuperar el sector luego del impasse por la pandemia de la Covid-19 y prevé recibir a 1,1 millón de visitantes durante la temporada de verano.
jf/yma