Unos tres mil euros cubren cada día el fondo de la monumental fuente del siglo XVIII, exponente del barroco tardío y construida entre 1732 y 1762 por los arquitectos Nicola Salvi y Giuseppe Panini, quienes nunca imaginaron que su obra inspiraría tan singular tradición.
Las colosales estatuas de Océano, la Abundancia y la Salubridad, esculpidas por Pietro Bracci y Filippo della Valle, son testigos mudos de ese hermoso culto a la esperanza.
Tiempo atrás, nada se podía hacer contra el “robo” del dinero arrojado a la Fontana de Trevi, cuyo monto anual supera el millón de euros, aunque pocos se atrevieron alguna vez a cometer tal sacrilegio.
En 1997, una romana fue detenida y se trató de multarla por sustraer 18 euros en monedas para, según alegó, comprarles libros a sus hijos, pero fue absuelta sobre la base del principio res nullius, el cual establece que no es delito tomar bienes abandonados que a nadie pertenecen.
Por una resolución aprobada en 2006, todo ese dinero pasa a ser propiedad de la ciudad tan pronto como se sumerge, y se determinó donar lo recaudado a la organización católica Cáritas para su empleo en obras de beneficencia.
Transcurridos 12 años, las autoridades capitalinas informaron a esa entidad religiosa que ya no recibiría tales fondos, los cuales se destinarían a proyectos comunitarios. Sin embargo, una fuerte protesta de la población obligó a la entonces alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, a disculparse y abandonar la idea.
Por estos días, empleados de la administración energética y medioambiental de la ciudad bombean agua cada mañana para limpiar la fuente y barren las monedas, luego las sacan y cuentan antes de colocarlas en sacos blancos, que sellan.
Dada la temprana hora en que se realiza esa rutinaria tarea, son pocos los turistas que presencian cómo las pequeñas piezas de metal, que encierran los sueños de muchos, abandonan la Fontana de Trevi para servir a otros fines caritativos.
(Tomado de Orbe)