En la isla de Cefalonia, cerca del poblado de Sami, se encuentra la llamada Cueva de las Ninfas, seres que —según la mitología griega— vivían alejados de los mortales.
Para llegar hasta la de Melissani, resulta necesario abordar una pequeña barca impulsada por un gondolero. El precio del viaje es de alrededor de siete euros y en verano hay mucha demanda.
La historia mítica relata que la hermosa deidad de tal nombre estaba enamorada de Pan, semidiós de los pastores y rebaños. Pero él no correspondió a su amor y, en respuesta, ella se suicidó ahogándose en las azules aguas ocultas de una cueva.
Después del suceso, otras ninfas tomaron el lugar como refugio, pues allí podían cantar y bailar lejos de las miradas de los humanos y de los faunos, quienes gustaban de raptarlas, según narra una leyenda popular.
Muchos años más tarde, un terremoto dejó aquella “gruta divina” a la vista, ya que el techo cayó, mostrando una ventana natural que la convirtió en un cenote.
Cuando la luz del astro rey atraviesa la gran claraboya, deja al descubierto los recovecos de esa caverna. Así fue como el espeleólogo Giannis Petrochei redescubrió el lugar en 1951.
Sus aguas saladas de color turquesa, con la combinación del sol, hacen que el interior de la cueva se pinte de tonalidades únicas y, además, se pueda ver claramente en la profundidad.
En 1962, se descubrió que una antigua civilización minoica estableció un santuario dedicado a Pan y las ninfas en una de las isletas.
Había figuras del semidiós, un disco con imágenes de las bellas deidades danzando en arcilla, un plato en el que se mostraba su procesión y similares objetos de culto.
Envuelta en el mito también se encuentra la cueva de Postojna, cuando en el siglo XVII fueron descubiertos unos tritones espectrales en ese lugar y se creyó que eran “crías de dragón”.
Los especímenes resultaron ser anfibios albinos que solo habitan en los 24 kilómetros de este sistema de cavernas, y pueden sobrevivir hasta diez años sin comer.
Se les conoce como olms.
Son ciegos y se desplazan conrapidez por los ríos subterráneos valiéndose de la capacidad para percibir los débiles campos eléctricos. Las grutas en Postojna y sus viscosos residentes llevan mucho tiempo acogiendo visitantes.
Hace más de 140 años que un pequeño tren recorre la caverna, cuyas paredes presentan estalactitas y pilares calizos que se elevan como si fuesen el altar de una catedral barroca.
Aunque El Brillante, una reluciente estalagmita de cinco metros de altura sea muy fotografiada, los olms son los que se llevan el protagonismo.
Los biólogos estudian ahora las posibles contribuciones de esa escurridiza especie a la ciencia; por ejemplo, la aplicación de sus cualidades regenerativas en la cura de enfermedades como el cáncer, o en la desaceleración del envejecimiento.
(Tomado de Orbe)