A 20 años del descubrimiento de esta joya arquitectónica e ingenieril, así lo explica el especialista Salvador Guilliem, director del Proyecto Arqueológico Tlatelolco, gracias a quien la Caja de Agua se mantiene intacta y no fue destruida durante la construcción de una obra moderna,
Guilliem impidió que los obreros demolieran lo que era de una trascendencia arqueológica extraordinaria: se trataba de una planta rectangular de nueve por 5,20 metros.
Esta caja de agua era alimentada por acueductos provenientes de Tacuba, Azcapotzalco y Chapultepec, a fin de que abrevaran de ella los alumnos y párvulos del Imperial Colegio de la Santa Cruz, así como la clientela del mercado de Tlatelolco, que sobrevivió durante décadas a la conquista. Los peritos estudiaron su diseño que tenía una ligera inclinación en su fondo para generar un movimiento continuo y evitar que el agua se estancara y se oxigenara, mientras sus dos rebosaderos conservaban un nivel máximo en 62 centímetros de altura.
A lo largo de 12 metros cuadrados, la caja de agua integró más de 11 personajes humanos, 42 animales entre águilas y jaguares –especies emblemáticas de Tenochtitlan y Tlatelolco, respectivamente–, garzas, serpientes, simios y elementos católicos, como querubines y la propia cruz con el monograma INRI, que corona a todo el conjunto.
Para Guilliem no deja de ser llamativa la inclusión en ese mundo acuático de una sola criatura mítica prehispánica: el ahuízotl, animal similar a un perro que poseía una mano humana en su cola para atraer y ahogar a sus víctimas en los lagos… Una cola que, por cierto, se oculta detrás de las espadañas en el mural de la caja de agua.
La conclusión del especialista es que en la obra, en la cual se conjuga lo prehispánico con lo hispánico, se recrea el nacimiento del mestizaje en México.
Tlatelolco, señala el especialista, de ser un lugar de resistencia a la conquista, se convierte en un sitio de transformación e, incluso, de creación de nuevos modelos.
(Tomado de Orbe)