Una de las techumbres de metal totalmente derribada por el peso del hielo, fue la que cubría una parte de los vestigios del Templo Mayor en el centro capitalino. La impresión que dio es que se trataba de una nevada pues muchas calles se tapizaron de blanco.
Se reportaron granizos de hasta 10 centímetros de diámetro, cuyas caídas a grandes velocidades iban acompañadas de gruesas lluvias como si millones de regaderas hubiesen sido abiertas a tope al unísono.
El fuerte aguacero, que por suerte duró alrededor de media hora, cayó después de un día de calor extremo de hasta 40 y más grados centígrados en varios lugares puntuales, y una contaminación ambiental de las peores.
Hasta el momento, se informó de un solo herido, aunque no de gravedad, en el sitio arqueológico del Templo Mayor.
El Instituto Nacional de Arqueología calificó de histórica la granizada, a pesar de que no es la primera de gran intensidad que azota a la capital mexicana.
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