Hacía dos años que esas mujeres “esqueléticas”, con sombrerones y vestidos de lujo ridiculizados, no salían al fabuloso Paseo de la Reforma por donde suelen desfilar hasta frente a la Catedral de México luciendo todo el “esplendor” de las ricachonas europeas de finales del siglo XIX y principios del XX de “raza” pura.
Se trata de una burla a aquel prototipo de mujeres “blancas” y “cultas” que despreciaban a las nativas e indígenas en un país multiétnico como México, donde aún perduran 68 lenguas maternas originarias.
La tradición de La Catrina no existía hasta que apareció una ilustración creada por el escritor mexicano José Guadalupe Posada, a principios del siglo XX, a la cual llamó La Calavera Garbancera como una fuerte crítica social hacia las clases medias privilegiadas que se creían del más alto linaje.
Tal ilustración de Posada gustó tanto que su personaje -al cual acompañaba de escritos muy irónicos- fue adoptado por el muralista Diego Rivera, quien completó su atuendo con un vestido elegante en su obra ‘Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central’ y tituló a aquella garbancera seudoeuropea como ‘La Catrina’.
Quizás porque la cara de esta figura alta y delgada, que cubría los huesos de su rostro con un velo a la usanza de las europeas de la época, se fue incorporando a las jornadas por el Día de Muertos, hasta hacerse parte insustituible de esta tradición única de México.
Con ello lograron un espacio propio en la tradición y un desfile que ha ido ganando cada año en iniciativas y ya no solamente es protagonizado por mujeres, sino también por la comunidad gay que le da un toque particular de sorna que desborda comicidad y hace más alegre y pintoresca la fiesta.
El desfile es libre y participa todo el que quiera con los disfraces que mejor les quede, desde esqueletos rumberos hasta payasos, calabazas, hombre-lobo, Drácula y toda la imaginería de quienes gustan recrear a su libre albedrío el inframundo más “aterrador” pensado.
Este año será inolvidable porque miles de personas de todas las edades, entre ellos muchos niños, acudieron a los casi un centenar de puestos de “pintores” para convertir sus caras en calaveras, y sacar sus huesos, sobre todo costillares y tibias, al aire y gozar con eso de forma exagerada.
Maxicráneos y esculturas enormes de catrinas en las aceras de todo el trayecto, fueron lugares para que las familias plasmaran en fotos colectivas el momento de placer vivido.
Una fiesta como está, dijo a Prensa Latina Maritere, una señora de 75 años con su atuendo catrino, nos hacía mucha falta a todos los mexicanos.
lam/lma