El estudio, dirigido por el primer autor doctor Jean-Michel Bichain, del Museo de Historia Natural y Etnografía en Colmar, Francia, concluye que la presencia de pelos puede haber ofrecido a los moluscos una ventaja selectiva en su evolución.
Los pelos finos, que miden solo de 150 a 200 micrómetros de largo, se detectaron en el caparazón de la especie recién descubierta Archaeocyclotus brevivillosus mediante microscopía clásica y microtomografía computarizada de rayos X 3D.
Se trata de la sexta especie de Cyclophoridae de caparazón peludo, un grupo de caracoles terrestres tropicales encontrados hasta ahora incrustados en ámbar mesozoico, de unos 99 millones de años, explicó la doctora Adrienne Jochum, del Instituto de Investigación Senckenberg y del Museo de Historia Natural en Frankfurt y en Berna. Resaltó que no es raro que las conchas de los caracoles terrestres fósiles y actuales estén adornadas con crestas, pelos, nódulos o pliegues; sin embargo, el desarrollo de tal decoración sigue siendo un proceso complejo que generalmente no ocurre sin un propósito, dijo.
Al describir a la nueva especie, Jochum mencionó que se origina en una mina de ámbar del Cretácico en el valle de Hukawng en Birmania, donde se recolectó antes de 2017, en tanto su nombre deriva de las palabras latinas brevis (corto o pequeño) y villosus (peludo). El caracol fósil mide 26,5 milímetros de largo, 21 de ancho y nueve de alto, y el margen exterior del caparazón está revestido con pelos cortos que se agrupan alrededor de la abertura.
Hasta ahora se han recuperado un total de ocho especies de la familia Cyclophoridae del ámbar birmano, y seis de ellas presentaban conchas erizadas, lo cual, a juicio de los científicos, no es coincidencia, sino que suponen que la vellosidad ofreció a los caracoles una ventaja evolutiva.
En su opinión, los pelos podrían mejorar la capacidad de los animales para adherirse mejor a los tallos u hojas de las plantas, algo que ya se ha observado en los caracoles actuales.
También pueden haber desempeñado un papel en la regulación térmica del caracol al permitir que pequeñas gotas de agua se adhieran al caparazón, o pueden haberlo protegido de la corrosión por el suelo altamente ácido y la hojarasca del antiguo suelo del bosque tropical. Las cerdas también podrían haber servido como camuflaje o protegían al caracol contra un ataque directo de aves al acecho o depredadores del suelo, aunque no descartan que los pelos proporcionaran una ventaja en la selección sexual, remarcó Jochum.
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