Por Julio Morejón Tartabull
Redacción África y Medio Oriente
Esos son detalles de una guerra de baja intensidad -hasta hoy sin vencedores ni vencidos- desatada hace seis años entre las tropas gubernamentales y las guerrillas de la Fuerza de Defensa de la Ambazonia y otras facciones aliadas (separatistas).
En 2017, el Frente Unido del Consorcio Ambazonia del Sur de Camerún declaró unilateralmente la independencia de Ambazonia, mientras que el gobierno adujo tajante que la proclamación no tenía peso legal.
La de Camerún es una contienda bélica con raíces plantadas en la época colonial, cuando acaeció la división de la antigua colonia alemana entre las potencias triunfadoras en la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Con el Tratado de Versalles los vencedores del conflicto despojaron al imperio germano de sus colonias africanas: Togo, Ruanda, Burundi, Tanzania, Camerún y África del Sudoeste (Namibia), y esta última fue ocupada por Sudáfrica.
Togo y Camerún fueron divididos entre París (2/3 partes) y Londres (1/3), pero esa desarticulación dirigida a castigar a Berlín condujo a tensiones en el proceso de descolonización del continente posterior a 1960.
La mayoría francófona camerunesa ocupa la mayor parte del territorio nacional y se considera la base socio-demográfica del Estado; la minoría es angloparlante, habita en dos regiones, noroeste y suroeste, y constituye el 20 por ciento de toda la población.
Esa división opera como dañino legado colonial impuesto en diversos períodos por Alemania, Reino Unido y Francia, lo cual generó regionalismos que afectaron la convivencia y hoy dificultan el entendimiento.
Según organizaciones humanitarias y Naciones Unidas, los contrincantes cometieron excesos contra los civiles y opinan que en estos seis años la situación de inseguridad empeoró significativamente.
Desde 2016 los combates entre los separatistas y las fuerzas de seguridad cobraron más de seis mil vidas y desplazaron a cerca de un millón de personas, de acuerdo con estadísticas del International Crisis Group (Grupo Internacional de Crisis).
Junto con el llamado problema anglófono, Camerún sufre ataques de la secta terrorista nigeriana Boko Haram, y la violencia provoca tensiones en toda la cuenca del Níger.
TRAYECTORIA SINUOSA
A los seis años de guerra le acompañan gruesos legajos de denuncias hechas por los dos bandos, una significativa en septiembre pasado fue el asalto de una treintena de hombres a una iglesia, la cual incendiaron tras secuestrar a feligreses y párrocos.
Fuentes militares indicaron que los atacantes secuestraron a cinco sacerdotes, una monja y tres ciudadanos de la comunidad de Nchang, en el suroeste camerunés, y todos fueron llevados hacia la frontera con Nigeria.
El obispado informó que los separatistas exigieron una suma equivalente a 100 mil dólares por los nueve apresados, pero precisó que la Iglesia no negociaría con los secuestradores, como en efecto ocurrió.
“No pagaremos ni un céntimo”, afirmó días después del rapto el presidente de la Conferencia Episcopal de Camerún y arzobispo de Bamenda, Andrew Nkea Fuanya, con lo cual reforzó la posición de su ministerio.
La liberación de los cautivos se difundió por el sitio digital alfayomega.es, que además publicó un comunicado de los rehenes: “Queremos dar las gracias a los guerreros por la libertad de Ambazonia, por habernos liberado sin habernos pedido ningún rescate y por su hospitalidad. Muchas gracias”.
Redactado bajo presión o no, el mensaje dio la vuelta al mundo y tal vez logró el nivel de propaganda -un componente de la guerra psicológica- que los separatistas perseguían con el rapto.
El texto matiza la percepción respecto a la zona camerunesa en conflicto, donde existen contrastes socioeconómicos e ideológicos que imponen la disección para evaluar actitudes y no identificar de un tajo a buenos y malos.
Para precisar cómo marcha la guerra, el Ministerio de Defensa confirmó avances de las fuerzas de seguridad en la región llamada Ambazonia, autodeclarada república independiente, pero no reconocida internacionalmente.
Una operación a gran escala en Djotin, en el noroeste, condujo a que «una docena de terroristas fueran neutralizados», declaró en un comunicado el portavoz, coronel Cyrille Atonfack.
Mientras los choques continúen es inexacto referirse a cómo alcanzar la paz en ese complejo escenario, donde unos rechazan la fractura del territorio y con ello de la soberanía, otros demandan un trato oficial distinto y los terceros, la separación total.
“El presidente de Camerún, Paul Biya, y su gobierno rechazan las discusiones con separatistas o federalistas, creyendo que esto implicaría una pérdida de poder para el gobierno central”, opinan analistas en americamagazine.org.
Los guerrilleros “no controlan el territorio todo el tiempo, se mueven. Usan tácticas de golpe y fuga contra unidades aisladas de las fuerzas de seguridad y objetivos prestigiosos, como los jefes locales, a quienes secuestran”, dice Richard Moncrieff, de International Crisis Group.
Esas características citadas por los analistas hacen que la contienda separatista abarque amplias áreas del teatro de operaciones hasta territorios fronterizos con Nigeria y tiendan a extender por bastante tiempo la guerra.
El conflicto anglófono camerunés es uno de los procesos políticos africanos estancados que preocupan a Naciones Unidas y aunque no altera el orden establecido, sí amenaza la seguridad subregional.
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