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Silvio Rodríguez, el Combatiente (II y final) (+Fotos)

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La Habana (Prensa Latina) Noel: Santiago de Chile de 1973, primer país latinoamericano donde cantó y donde también por inicial vez ¡al fin se siente realizado! participando en una acción riesgosa contra las clases dominantes en América Latina.

Por coronel (r) Nelson Domínguez Morera (Noel)

Ocupó responsabilidades de dirección en la Seguridad del Estado

Experimenta en carne propia la represión, entre muchedumbres desarmadas que gritaban su apoyo al presidente Salvador Allende (…allí entre los cerros, tuve amigos que entre bombas de humo eran hermanos…) le atacan con gases lacrimógenos los fascistas del golpe inminente (…allí nuestra canción se hizo pequeña entre la multitud desesperada…) ¿Pudiera usted darnos detalles de esa experiencia?

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Silvio Rodríguez: Era la primera vez que visitábamos Latinoamérica y nos tocó ir a Chile, justamente durante el gobierno de la Unidad Popular. Nosotros veníamos de un país que había hecho una revolución armada. Chile mostraba el caso insólito de un socialista radical que había llegado al poder a través de las urnas. El presidente Allende luchaba duro contra las injusticias, pero la furia reaccionaria se le enfrentaba en todas partes. Incluso algunos de la izquierda, que con hechos apoyaban su gobierno, lo agujereaban en la prensa.

Cada día había huelgas, mítines y marchas; salir a la calle y enredarse en cualquier enfrentamiento era lo cotidiano. Nosotros, recién llegados, no entendíamos quiénes se daban golpes, pero imaginábamos que donde caían las bombas lacrimógenas encontraríamos compañeros.

Noel Nicola, Pablo Milanés y yo aterrizamos en aquel Santiago enloquecido gracias a la invitación de Gladys Marín, que por entonces dirigía las Juventudes Comunistas de Chile. Nos había recomendado una amiga común: Isabel Parra. Ninguno de los tres éramos militantes, pero el interés directo de la secretaria general había conseguido que la Unión de Jóvenes Comunistas nos incluyera en su delegación.

El Ilushin soviético besó Pudahuel de madrugada. Hacía un frío espantoso, pero numerosas personas esperaban a los compañeros cubanos. En el conglomerado empezamos a distinguir cabecitas de cantores chilenos. Al primero que yo identifiqué fue a Víctor Jara, porque llevaba la misma gorra marinera de cuando lo conocí en La Habana.

Aquel instante en que descubrí su sonrisa se me quedó tan grabado que siempre que llego a ese aeropuerto veo su fantasma. Desde entonces cuido de su recibimiento, así que me reviso antes de pasar por allí.

RELACIÓN PERSONAL CON FIDEL CASTRO

Noel: Un tema peliagudo que usted elude por real modestia, a pesar de que hay muchos ejemplos, es su personal relación con el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, que se evidenció el 26 de julio de 2010, hecho transmitido por la TV cubana y donde usted le pudo tomar algunas fotos después publicadas en su blog bajo el título “Todo un privilegio”.

Un ejemplo de esa relación desconocida eran las visitas que el Comandante en Jefe le hacía casi todos los cumpleaños en su casa y le regalaba libros autografiados, incluso a veces con errores del día exacto del onomástico.

Otro: usted le ofreció en la tribuna de un acto en la Plaza de la Revolución, después del regreso de una gira por España, un cartucho con dinero en efectivo pretendiendo paliar en algo nuestra situación económica, que había traído escondido del pago de su actuación, para que no se lo decomisaran a la salida de Madrid.

Otro más: en la misma Plaza, el día de la clausura del evento de la UJC “Sí por Cuba”, el Comandante le expresó a Sara González (cantautora emérita de la nueva trova), cuando todo el pueblo se retiraba y las luces se apagaban, que él se sentía cada día más revolucionario oyendo por las mañanas al levantarse las canciones, suyas, de Pablo y de ella.

Otro ejemplo, el penúltimo: un buen día de mayo de 1973, Fidel Castro le alabó a Armando Hart Dávalos, entonces ministro de Cultura, el poder de síntesis sobre nuestra historia (… mortales ingredientes, armaron al Mayor, luz de terratenientes y de revolución…) mostrado por usted en la letra de “El Mayor”.

El último y para no sonrojarlo más, ¿cómo fue aquello de que le inauguró su estudio “Ojalá”, que todavía no estaba oficializado administrativamente, de lo cual existen fotos que usted conserva y no muestra a nadie? ¿Por qué no nos aporta otras anécdotas que de seguro existen?

Silvio Rodríguez: Yo siempre he visto a Fidel como la figura histórica que es. En las pocas ocasiones que estuvimos cerca, no logré obviar su trascendencia. Puede que por eso me lo haya perdido un tanto.

Oí hablar de él por primera vez en 1953, cuando asaltó el cuartel Moncada al frente de otros jóvenes. La primera vez que tuve oportunidad de saludar a Fidel fue en 1984, cuando Pablo Milanés y yo regresamos de la Argentina y nos hicieron un recibimiento en Casa de las Américas. Allí tuvimos la sorpresa de que Fidel se sumara. Hablamos en colectivo de anécdotas del viaje.

Cierto tiempo después fui invitado a una recepción, con motivo de algún festival que se celebraba en La Habana, posiblemente el de cine. Me pidieron que llevara la guitarra y también metí un texto en mi bolsillo.

Era “Oda a mi generación”, un tema que en los años 70 había sido estigmatizado con la fábula de que se lo había hecho al Comandante. O sea, la primera canción que le canté fue una con la que habían tratado de separarnos. Yo le expliqué por qué se la cantaba y él la escuchó muy atento. Por suerte no hizo ningún comentario.

Cuando en 1990 hice el concierto en el Estadio Nacional de Chile, pedí permiso para administrar las finanzas de mis giras. Hasta aquel momento era el Ministerio de Cultura quien lo hacía y estuvieron de acuerdo.

Yo quería construir un estudio de grabación con tecnología de punta, cosa que no existía en nuestro país. Mi idea era contribuir a la industria musical con una infraestructura que dejara registrado lo que se componía y a la vez ampliara las posibilidades de trabajo de los músicos, que cada vez eran más y mejores, gracias a las escuelas.

Conocía a Carlos Lage de los tiempos en que había sido dirigente juvenil y hablé con él. Lage me escuchó con mucha atención y me dijo que esperara un poco, hasta que él pudiera trasladar mi propuesta.

Semanas después, España retiró unas ayudas que daba a Cuba para la cultura. Eran unos dos millones de dólares. Yo no había ahorrado tanto, sólo algo más de un millón. Entonces mandé a decirle a Fidel que podía contar con lo que yo tenía, que en definitiva era para la cultura.

Poco después recibí la invitación a un almuerzo que habría con Rafael Alberti, quien estaba de visita en La Habana. Cuando llegué, Fidel me dijo que me quedara después de almorzar, que tenía algo que hablar conmigo. Así lo hice. Sus palabras fueron: “Silvio, explícame en qué consiste eso de los estudios que tú quieres hacer”. Aquella misma tarde se le dio luz verde a la idea.

Después vi a Fidel en diferentes etapas del proyecto. Él siempre estaba bien informado, porque tenía dos emisarios cercanos que se encargaron de velar por el remozamiento de la casa donde hicimos Ojalá y por la construcción de Abdala.

Esos compañeros fueron Carlos Lage y Felipe Pérez Roque. Cuando terminamos Ojalá, una tarde recibimos la visita del Jefe de la Revolución, que lo preguntó todo, como suele hacer.

El día que cumplí 50 años, tuve que ir a ver a un diplomático latinoamericano que estaba de visita y me había traído un mensaje. Mientras hablaba con él, sonó el teléfono y era Felipe, quien me felicitó y me dijo que no me moviera de donde estaba.

Así fue que se apareció Fidel a regalarme un libro de fotos que le hicieron, en una de las cuales salía yo. Aquello fue algo totalmente insólito y creo que el diplomático se quedó aún más sorprendido que yo, porque a mí al menos me habían avisado. Había que verle la cara a aquel hombre.

Ese día Fidel me preguntó cómo me sentía. Le respondí que un poco raro porque, a pesar de que estaba bien, era impresionante llegar a los 50 años. Entonces me dijo: “Si con 50 ya te sientes así… deja que cumplas 70, para que veas”.

Recuerdo haber visto a Fidel un 31 de diciembre, en casa de García Márquez. Esa noche también estaba Gregory Peck, el gran actor norteamericano. Después lo he visto en cumpleaños de amigos comunes, como en el de Amaury. La última vez que coincidimos fue en casa de Kcho, el pintor, a quien Fidel le porfiaba que hacía mejor el arroz frito.

Al final del combate culinario probé los dos arroces y la verdad es que eran distintos y que ambos sabían bien. Al día siguiente yo tenía que madrugar y me marché temprano. Tenía que pasar inevitablemente junto al Comandante, así que no me quedó más remedio que interrumpir y despedirme.

Recuerdo que se puso de pie, se me quedó mirando y me dijo: “Como me gustaría saber lo que hay ahí dentro”. Y me apuntó a la frente. “Silvio, seguí tu gira por Nueva York… ¡Te diste gusto!”. Demás está decir que semejante expresión no me soltó la lengua.

CON EL MININT

Silvio estuvo intrínsecamente ligado a parte de la historia del Ministerio del Interior (Minint). Alejado de todo prejuicio y cuando todos los enemigos nos atribuían los mayores de los horrores y violaciones, no escatimó esfuerzos y voluntades para públicamente mostrarse junto a nosotros en aniversarios, encuentros y actividades.

El XXX aniversario de la Seguridad del Estado, celebrado el 26 de marzo de 1989, en la Plaza de la Revolución con concentración popular y concierto incluido, presentó al más pequeño de sus descendientes en aquel entonces, el rubiecito Mauricio.

Después, el 22 de febrero de 1991, en pleno período especial, invitado para un aniversario de uno de los departamentos de la C.I. “amenazó”, delante del ministro del Interior, con cantar una canción dedicada a las prostitutas de Quinta Avenida.

Cuando alguien se lo comentó al ministro, de quien también fue compañero en Angola, dijo: “Dejen al flaco (cuando aquello lo era) que cante lo que quiera, él sabe lo que hace”.

Entonces nos sorprendió a todos, sacando lágrimas de corazones bien curtidos allí presentes (…me vienen a convidar a arrepentirme, me vienen a convidar a que no pierda, me vienen a convidar a indefinirme, me vienen a convidar a tanta mierda…) estrenando “El Necio”, el himno a la resistencia, a no rendirnos.

Silvio insistió, contra todas las trabas, humanas y divinas, en hacer un primer recorrido por las prisiones desde 1990, que logró materializar en 1992, y después otro segundo, ya en este siglo, en 2008. Fue algo inédito, quiera él admitirlo o no, para un hombre de renombre universal, que los presos se le acercaran, compartieran y lloraran sus esperanzas y desvelos.

Por todas esas razones y otras más, que harían interminable esta ya larga entrevista, Silvio fue condecorado, con reconocimientos de primer nivel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

En 1983 le otorgaron la medalla por el Servicio Distinguido que por primera vez ofreció el ministro de las FAR y años después la Réplica del Machete de Máximo Gómez. El Ministerio del Interior le concedió el Sello Conmemorativo de los Órganos de la Seguridad del Estado en 1988 y lo galardonó con la Distinción por el Servicio Distinguido el día de su cumpleaños en 1991.

De Silvio Rodríguez Domínguez se pudiera estar escribiendo infinitamente, sus éxitos, anécdotas y ¿por qué no?, hasta los riesgos asumidos, no solo durante misiones combativas, sino también en su gira por Puerto Rico y Estados Unidos en 2010.

Tenía disposición de enfrentar al terrorista Carlos Alberto Montaner, con quien había sostenido una confrontación pública y pretendía entrevistarlo en San Juan a condición de hacerse acompañar por un periodista de la CNN.

Enfrentó los paupérrimos piquetes de asalariados enemigos, infinitamente desproporcionados en número con los favorables, en las colas de acceso a los teatros en que acontecieron las presentaciones, siempre haciéndose acompañar solo por su esposa, su hijita más pequeña Malva, de solo siete años, y su hermana María Elena.

O, el desafiar, a solo unas cuadras de la Casa Blanca, mencionando a voz plena a nuestros hermanos arbitrariamente presos, que condujo a nuestro ministro de Relaciones Exteriores a expresar en un pleno de la Uneac, que había constituido la mejor defensa de los Cinco Héroes realizada durante, hasta aquellos momentos, 12 años de injusto cautiverio.

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Un hecho fue intencionalmente omitido, la de su concurrencia a Etiopía, inmediatamente después de Angola, en plena guerra, junto a Vicente Feliú, por haberlo realizado en calidad de dos solitarios integrantes de un grupo cultural y no de combatientes, como en las otras misiones.

Al hacer esta entrevista no conocía entonces otra de hace muchos años, 1984, que le hiciera Víctor Casaus, poeta, narrador y realizador de cine, donde Silvio afirmó: “…hubiera ido contento al Moncada, hubiera navegado en el Granma, hubiera hecho la guerra en la sierra o el llano, junto a Fidel; hubiera querido estar en la Quebrada del Yuro aquel octubre del 67…”

Por eso para nosotros siempre seguirá siendo: “Silvio, el Combatiente”.

arb/ndm

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