Por Martín Almada
Abogado, pedagogo, escritor y poeta paraguayo, ganador del Premio Nobel Alternativo. Colaborador de Prensa Latina
Ante tanta belleza cósmica pegunté a mi compañero quienes vivían en la luna. Me contestó que allí funcionaba la ONU.
¿Qué es la ONU?, le pregunté. Me dijo que allí trabajaban los hombres más inteligentes de la tierra, según le contó su hermana, la profesora Presceniana Rolon. Agregó que desde ese lugar se interpreta el sentir de la tierra y se fabrican los diccionarios en todos los idiomas para que el mundo se comunique fácilmente. La información me encantó.
Una semana después, estando en mi “puesto de trabajo” (vendedor de pasteles) en la Escuela de Agronomía, pregunté tímidamente a un cliente de confianza cómo hacer para enviar una carta a la luna.
Mi deseo era que me mandaran un ejemplar del diccionario en castellano para mejorar mi habla en ese idioma, ya que solo me comunicaba en guaraní, mi lengua nativa. Mi interlocutor se echó a reír mientras comentaba lo ocurrido con otros clientes de manera burlesca, cosa que me dolió profundamente.
Cada día mi tía Ruperta colocaba en la canasta los pasteles para vender envueltos en páginas del periódico La Tribuna. Mientras, yo practicaba el castellano leyendo noticias de la ONU, cosa que me permitió saber de esta organización. Fue así que tuve conocimiento de su secretario general, cuyo nombre me resultaba muy difícil de pronunciar: Dag Hammarskjöld.
La Escuela España se convirtió en aquel tiempo para mí en el oasis que me permitió ir superando las dificultades, pues si bien mis compañeros se burlaban de mi habla castellana/guaranítica, los profesores me animaban diciéndole: ¡Ánimo, Martín!
En la biblioteca de la Escuela había un diccionario de gran tamaño con multitud de términos interesantes, y también una hermosa bandera española que mucho después supe que era la republicana. Poder consultar aquel diccionario era mi mayor aspiración infantil.
Gracias al diccionario pude conocer quién fue Dag Hammarskjöld, secretario general de la ONU entre 1953 y 1961, año en que murió en un extraño accidente de aviación durante una misión de paz en el Congo exbelga. Fue enterrado en Upsala (Suecia).
Dag Hammarskjöld era un convencido en el poder de la diplomacia y creía profundamente que los conflictos tenían que encontrar una solución pacífica, aún los más graves.
Lamentablemente, el conflicto del Congo no se resolvió pacíficamente debido a que se dio en el contexto de Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS, y en una región muy rica en minerales como el oro, el cobre y el uranio, muy apetecidos en los países más desarrollados.
El tiempo pasó vertiginosamente, y estando ya en París, fui nombrado consultor de la Unesco para América Latina entre 1979 y 1991.
La Unesco es un organismo de la ONU especializado en fomentar en el mundo la paz y la seguridad mediante la educación, la ciencia, la cultura y las comunicaciones.
Pude acceder al cargo de consultor de la Unesco gracias a la propuesta del presidente de Panamá, general Omar Torrijos, y con el apoyo de Amnistía Internacional de Suiza, después de haber pasado tres años encarcelado en Paraguay.
Esto, por haber promovido la campaña Por un salario digno y vivienda digna para todos los educadores, y haber llevado a la práctica la educación liberadora de Paulo Freire.
Mis supuestos delitos: Terrorista intelectual. El 10 de diciembre de 2002 recibí el Premio Nobel Alternativo en el Parlamento sueco, ocasión que aproveché para trasladarme a Upsala donde visité la tumba y rendí homenaje al diplomático de todos los tiempos, Dag Hammarsköld, mi ídolo.
Quisiera terminar recordando el mensaje de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616): “Cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía sino justicia”.
arb/ma