El cronopio mayor se respira vivo. Pareciera andar por estas calles porteñas con sus lentes y su cigarrillo, allí por la avenida de Mayo camino a su preferido café London City, donde inspirado escribió su libro Los premios, o por la galería Guemes, protagonista de otro de sus libros (El otro cielo).
Su literatura sigue latiendo en esta tierra que lo acogió cuando a los cuatro años llegó junto a su familia, en 1918 desde Bruselas.
Los que llegan a esta nación austral sienten la vibra del universo cortazariano. En una escuela, en una calle, en una plaza con su nombre, en ese London City, donde su escultura reposa sentado cual comensal más, ante la mirada atenta de esta Argentina que lo venera.
Cortázar está aquí. En las manos de un joven que lo descubre, en aquellos que releen su inmortal Rayuela, en los admiradores que durante estos últimos 30 años llegan de tierras lejanas para seguir su rastro en Buenos Aires.
Hoy en medio de esta pandemia que pareciera no acabar, los argentinos le rinden honores al Cronopio revisitando su obra y le dan gracias al gran maestro de la narración breve, al escritor solidario, al hombre que marcó la literatura latinoamericana para siempre.
Desde la víspera en Twitter su nombre se repite, pero no solo por este aniversario de su muerte.
Cortázar convive día a día en el imaginario del argentino, en la vida cotidiana. Con frases, fotografías, caricaturas, cientos de admiradores recuerdan al autor de Bestiario, Casa tomada y tantas obras.
‘Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo’, dijo una vez este grande, reverenciado por esta tierra austral que tanto amó y de la que se despidió en diciembre de 1983 sin saber que dos meses después una terrible leucemia apagaría su vida.
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