Por Germán Ferrás Álvarez
Corresponsal jefe en Rusia
En esta ocasión todo comenzó el 8 de marzo por la noche cuando miles de georgianos, convocados por los partidos de oposición, salieron de nuevo a las calles del centro de Tbilisi para protestar luego de que el Parlamento aprobara en primera lectura un proyecto de ley de «agentes extranjeros».
Según los cabecillas de los manifestantes, la citada ley limitaría la libertad de prensa y se utilizaría para reprimir a las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y otras de derechos civiles.
Los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes en la capital de Georgia puso de manifiesto la gran división entre las autoridades y la parte de la población que aboga por un acercamiento a la Unión Europea (UE), con el mismo esquema de lo ocurrido en Ucrania en 2014.
El trasfondo de la cuestión estriba en que el gobierno georgiano se negó a tomar partido con respecto a la guerra en Ucrania, mientras algunos sectores de la oposición simpatizaban con Kiev y se oponían a Rusia.
Sin embargo, después de días de protestas y del accionar de las fuerzas antidisturbios, los promotores del proyecto de ley sobre agentes extranjeros retiraron “sin condiciones” su iniciativa legislativa, ya aprobada en primera lectura por el Parlamento.
“Ante todo debemos cuidar la paz, la tranquilidad y el desarrollo económico de Georgia, y su avance por la senda de la integración europea. Por ello, retiramos sin condiciones el proyecto de ley”, anunciaron en una declaración conjunta el movimiento Fuerza del Pueblo y el partido gobernante Sueño Georgiano.
Las dos formaciones subrayaron que la “máquina de la mentira” confundió a parte de la sociedad, ya que al proyecto de ley le atribuyeron la falsa etiqueta de “ruso”, y su aprobación en primera lectura fue interpretada como una renuncia a la integración del país en Europa.
“Además, las fuerzas radicales consiguieron involucrar en acciones ilegales a parte de la juventud, a la que nuestros policías héroes respondieron según los más altos estándares”, añadió la declaración.
Fuerza del Pueblo y Sueño Georgiano recalcaron que el país continuará su política de integración en Europa y anunciaron que iniciaran una campaña para “explicar la verdad” a la opinión pública.
COMO LOS ACORDES DE UNA ORQUESTA
No más comenzar las protestas en Georgia, desde la Unión Europea y del otro lado del Atlántico comenzaron los llamados a evitar “la escalada de tensiones”, y a frases como que “monitoreaban de cerca los acontecimientos”, acciones a las que también se sumó la secretaría general de la ONU.
Previamente, el Gobierno de Estados Unidos pidió que se respetara el derecho a la protesta tras las manifestaciones que tuvieron lugar en las calles de Tbilisi contra ley sobre agentes extranjeros.
Una ley que paradójicamente es muy similar a la que Estados Unidos aplica desde la primera mitad del siglo XX, e incluso se basa en ella, y en términos legales resulta mucho más suave que el instrumento jurídico estadounidense.
Por otro lado, el Departamento de Estado norteamericano pidió que las autoridades georgianas no ejecutar ninguna acción violenta contra los manifestantes, todo lo contrario a lo planteado durante los meses de protestas ocurridas en Moldavia desde el verano pasado.
Estas declaraciones se sumaron a las realizadas desde Bruselas, que de inmediato, sin tener conocimiento del texto de la citada ley, condenaron el enfrentamiento policial a las manifestaciones, que entre otras cosas intentaban irrumpir de forma violenta en la sede del Parlamento georgiano.
Sin embargo, Bruselas obvió las manifestaciones que, a pocos kilómetros de la sede de la dirección europea, concretamente en Francia, se venían realizando, y mantuvo los ojos cerrados hacia la violencia aplicada por la policía de la nación gala.
Volviendo un poco atrás, y revisando archivos, podríamos encontrar cualquiera de estas declaraciones en febrero de 2014 cuando las protestas en Ucrania, que después los propios norteamericanos y europeos occidentales reconocieron que habían sufragado.
A estos llamados de ambos lados del Atlántico, y que no por casualidad tratan de culpar a Rusia, del mismo modo que lo hicieron cuando los sucesos de Ucrania, se sumó la actual presidenta Salomé Zurabishvili, una francesa de ascendencia georgiana, que solo aceptó la ciudadanía de Georgia para convertirse en mandataria en 2018.
Tampoco es casual que Zurabishvili viajara a Nueva York, y con la gran manzana como telón de fondo instara a las autoridades del país que dirige, a abstenerse de usar la fuerza contra los manifestantes y a permitir que estos últimos lograran su objetivo.
RUSIA NIEGA CUALQUIER RELACIÓN CON LOS HECHOS
Rusia no tiene nada que ver con el proyecto de ley sobre agentes extranjeros en Georgia y provoca disturbios en ese país, ni fue auspiciado por Moscú, aseveró el 9 de marzo el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov. El alto funcionario recordó que el «pionero» en este tipo de leyes fue Estados Unidos. «Incluso una versión del proyecto de ley georgiano, si entendemos correctamente, era muy similar a una ley norteamericana”.
La segunda versión era menos parecida a la ley estadounidense, de naturaleza mucho más suave. Pero, por supuesto, no tenemos nada que ver con ninguna de las dos, explicó.
Los disturbios en Georgia preocupan a Moscú porque Rusia estima importante que haya paz a lo largo de sus fronteras, precisó este alto funcionario. «Al fin y al cabo, se trata de nuestro país vecino y, a pesar de que no mantenemos relaciones con Georgia como tal, la situación allí no puede dejar de preocuparnos”.
PREPARACIÓN DE UN SEGUNDO FRENTE CONTRA MOSCÚ
Aunque el experto georgiano Petre Mamradze considere la retirada por parte del gobierno del proyecto de ley como una jugada inteligente y una señal de fortaleza, la realidad puede ser bien distinta.
Insuflados por Occidente y por la oposición más radical de Georgia, los manifestantes demostraron que no se contentarían y lograron que el Parlamento votara en contra de la misma ley que habían aprobado.
Alcanzado esto, entonces exigieron y lograron que las autoridades pusiesen en libertad a las decenas de detenidos por los disturbios, y después, junto con combatientes llegados desde Ucrania, demandaron la renuncia del gobierno.
Un esquema repetido en las revoluciones de colores, con jóvenes deseosos de Europa con banderas del bloque comunitario y de Estados Unidos, y por supuesto de Ucrania, y repitiendo lemas contra Rusia.
Un cumplimiento a pie juntillas del manual de golpes blandos, lo cual la realidad demuestra que a veces no son “tan blandos” y pueden llegar a ser violentos y sangrientos como fue en el caso de Ucrania.
Entretanto, los partidarios empedernidos de Mijail Saakashvili tratan de repetir en Georgia los días de la llamada “revolución de las rosas” de 2003, cuando el joven Misha con una de esas flores en la mano, sacó del Parlamento al anquilosado Eduard Shevardnadze.
Ese fue el primer experimento de este accionar de Estados Unidos en el espacio postsoviético, al cual seguirían los casos, fallidos o no, de Ucrania, Moldavia, Belarús, Azerbaiyán y Kirguistán, todos con el denominador común de atacar a Rusia y sacarla de su espacio de influencia política.
arb/gfa