El abandono por años restó brillo al diseño de Niemeyer y a su propósito de convertir el recinto norteño en “un museo del modernismo” para revolucionar las concepciones convencionales de las ferias en el Levante y el mundo.
Bajo la presidencia de Fouad Chehab (1958-1964), los impulsores de una nueva etapa de modernización social en Líbano buscaron hacer de la urbe portuaria de Trípoli un lugar cultural y económico más allá de Beirut.
En correspondencia con este propósito, acudieron al brasileño Niemeyer, admirados por el diseño del arquitecto para la ciudad futurista de Brasilia, capital del Gigante Sudamericano.
Niemeyer llegó por primera vez a Beirut el 28 de julio de 1962 con la misión de inspeccionar el sitio y desarrollar una propuesta de esbozo esquemático. Pasado un mes, a inicios de septiembre, el entonces primer ministro Rachid Karami, presentó en rueda de prensa la maqueta y el proyecto inversionista a ejecutar en tres años.
En 1964, comenzaron los trabajos constructivos y 24 meses antes de la conclusión de las labores de acuerdo con el plan inicial, el legendario arquitecto volvió a suelo libanés para dar seguimiento a la majestuosa obra.
La falta de fondos, el estallido de la guerra civil (1975-1990) y el control militar dejaron el recinto ferial incompleto, y el abandono por más de cinco décadas refleja el desgaste de algunos de sus edificios, techos, paredes y columnas debido a la falta de mantenimiento y atención de las autoridades oficiales correspondientes.
El sitio, ubicado sobre una superficie de un millón de metros cuadrados, tiene una fachada cercana al mar, sin conexión con la playa, para permitir ventilación a la ciudad y evitar el exceso de urbanismo en las zonas costeras del país.
Otros centros culturales del Líbano aparecen en el listado patrimonial de la Unesco: Las ruinas de Anjar (1984), los Templos de Baalbek (1984), las ciudades de Biblos (1984) y Tiro (1984) y el Valle Santo o Bosque de los cedros de Dios (1998).
(Tomado de Orbe)
