Gustavo Espinoza M.*, colaborador de Prensa Latina
Capítulo a capítulo, la serie va poniendo en evidencia la falsía, la doble moral, los prejuicios, las ambiciones y la falta de escrúpulos que caracterizan el mundo artificial en el que se desenvuelve la trama y que tiene como telón de fondo la mentira institucionalizada como base en ese mundo ficticio en el que asoma la “sociedad ejemplar” de nuestro tiempo.
Pues bien. Si tuviéramos escritores y guionistas de ese nivel, aquí podría producirse una obra similar recogiendo las acciones de personajes que podrían estar a la altura de la circunstancia, pues fundan su poder precisamente en la mentira.
En otras palabras, de sus acciones fluye sin pausa un conjunto de rastros que evidencian la podredumbre que envuelve a un segmento de la Clase Dominante, que hoy se empeña en presentarse como un prístino modelo de respeto a la democracia y a los derechos de la población. Nos referimos, obviamente, a la cúpula gobernante.
No alcanzaría ni el espacio ni el tiempo, si quisiéramos abordar el conjunto de mentiras que sustenta el mensaje de los precarios inquilinos de Palacio de Gobierno y su círculo más íntimo de aliados y cómplices en distintas esferas de la gestión pública. Nos limitaremos, entonces, a aludir a lo que podríamos denominar mentiras monumentales, que no tienen parangón en la historia peruana y que han puesto al desnudo la fetidez de su esencia.
Quizá la primera de estas mentiras descomunales sea la que alude a la “sucesión constitucional” que encarna Dina Boluarte para ocultar su origen siniestro. Forman parte de ella, diversos episodios, desde el llamamiento de Alberto Otárola, antes de abril del 2021 para que se votara por Pedro Castillo en los comicios de ese año, hasta la promesa de Dina en el sur, cuando aseguró ante una multitud que ella “se iría del cargo” si vacaban a Castillo, Pero además, está el cuento aquel de que Castillo fue vacado “de acuerdo a ley”, sin proceso alguno, ni antejuicio, sin derecho a defensa y sin los votos requeridos.
Y la idea de una “sucesión” que implica una continuación, cuando lo que existe en precisamente un cambio absoluto de rumbo que desplazó del gobierno a quienes ganaron las elecciones y llevó al frente a quienes las perdieron. ¿No fue todo eso una gran mentira?
Pero también otras no menos espectaculares fueron las que nos hablaron de “las tomas de Aeropuertos” para justificar los crímenes, cuando los videos vistos mostraron disparos a corta distancia por parte de uniformados contra civiles inermes; de las “armas artesanales llamadas Dum Dum usadas por los pobladores contra la policía”, de los “Ponchos rojos venidos de la Paz, para provocar el caos”, de los “agentes bolivianos de inteligencia infiltrados entre la multitud”, y de la “autoría intelectual de Evo” en los sucesos del sur. Y, para que se nos quede en el tintero, la historia de “el español”, construido alegremente como un tenebroso agente de Castillo, al que no conoció personalmente, y con quien nunca se reunió.
El caso del suboficial Sonccos Quispe muerto en Juliaca el 9 de enero, fue otra mentira monumental. Otárola aseguró impúdicamente ante el Congreso, que había sido “quemado vivo” por los manifestantes en el interior de un Patrullero.
Hoy se sabe que fue muerto por un ex policía y su cómplice, en circunstancias distintas y por otras motivaciones; y que su cuerpo fue colocado sin vida en el vehículo policial luego incendiado por los asesinos, hoy capturados.
También lo fue, sin duda, el caso de los seis soldados que perecieran ahogados en Ilave por clara negligencia del Capitán a cargo del destacamento, quien los obligó a intentar el cruce del río, con todo el peso de sus vituallas, sin que lograran sobrevivir a la experiencia.
También en la circunstancia, Dina y los suyos hablaron hasta por los codos, responsabilizando del hecho a los Comuneros que demandaban su renuncia en otra circunstancia y en otro escenario.
A todo esto hay que sumar las decisiones parlamentarias de un Congreso irrito aferrado a con uñas y dientes a una función que no representa a nadie. Ahí se mintió descaradamente con el cuento del “adelanto de las elecciones” cuando desde un inicio tanto Dina como los “legisladores” estaban por quedarse hasta el 2026 a cualquier precio. Allí, en la sede de la Plaza Bolívar, su otorgó la “confianza” al Gabinete Otárola pese a todas las mentiras y las muertes; y luego en las mismas, y aún peores circunstancias, se protegió a Dina para que “no se altere su gobierno”.
Ese mismo Congreso “salvó” de legítimas censuras a los ministros del Interior y de Defensa, no obstante estar aún fresca la sangre de las de 70 muertes ya registradas; y al de Educación que consideró a las madres aimaras “peor que animales”, en circunstancia que todos conocen.
Y si de mentiras se trata, no se queda atrás la titular del Ministerio Público, que no ha podido encarar el tema de sus Tesis y Grados. Ni mostrarnos, ni probar su existencia. También ella se defiende como gato panza arriba, acosada como está por el Consejo Nacional de Justicia, que ya le pide cuentas. Y que suma una nueva mentira, cuando asegura que “investigará” los asesinatos consumados, y designa para ello a fiscales que no tienen que ver con el tema.
No se trata, en verdad tan sólo de rastros de mentiras. Se trata más bien de mentiras monumentales las que tienen entre manos los gobernantes de hoy en nuestra martirizada patria.
rmh/gem
*Profesor y periodista Peruano
(Tomado de Firmas Selectas)