Por Osvaldo Cardosa
Corresponsal jefe de Prensa Latina en Brasil
«No duermo tranquila desde que un maluco (loco) asesinó hace poco a cuatros niños», declaró a Prensa Latina la comerciante Maria Gomes de Souza, de 48 años de edad y madre de cinco pequeños y adolescentes que cursan estudios en diferentes niveles de enseñanza en Brasilia.
Admitió que vive con mucha desconfianza y «todos los días converso con cada uno de ellos (la prole) sobre lo que sucede o no en sus colegios y, en particular, en sus aulas. El recelo por un mal me llevó a caer en otro peor: el miedo», remarcó.
La sociedad brasileña aún no se recupera de la tragedia. Un hombre armado con un hacha que con posterioridad resultó detenido, asesinó el 5 de abril a cuatro infantes y otros cinco quedaron heridos en el parvulario Cantinho Bom Pastor, en el municipio de Blumenau, sureño estado de Santa Catarina.
Según el portal Poder360, el hecho marcó, desde 2002, el ataque número 20 en una escuela del gigante sudamericano.
El episodio en Blumenau ocurrió nueve días después de un hecho de sangre en la escuela estadual Thomazia Montoro, en Sao Paulo, donde un estudiante de 13 años mató a la profesora Elisabete Tenreiro, además de herir a dos alumnos y a tres pedagogos.
Considerando los casos de los últimos 12 años, al menos 52 personas murieron en atentados en instituciones docentes, de acuerdo con la investigación realizada por Poder360.
La pesquisa reveló que desde 2011 ocurrieron 12 atentados en establecimientos de enseñanza en todo el país, la más fatal de ellas, la masacre escolar ocurrida el 5 de octubre de 2017, en una guardería en el municipio de Janaúba, estado de Minas Gerais (sudeste).
En la mañana de esa jornada, el vigilante nocturno Damião Soares dos Santos, del Centro Municipal de Educación Infantil Gente Inocente, llegó a la escuela diciendo que entregaría un certificado médico.
Después de entrar, invadió un aula, en el que decenas de niños, de entre tres y siete años de edad, participaban en actividades normales. Luego cerró la puerta con llave y lanzó combustible sobre varios infantes, personal y sobre sí mismo. Minutos después prendió fuego.
En la fatídica fecha, el delegado regional Bruno Fernandes comentó que el asesino llegó a abrazar a algunos chicos en medio de las llamas, las cuales cubrieron todo el local.
Cuatro niños murieron y hubo decenas de heridos. Fueron socorridos otros seis pequeños, dos maestros, una auxiliar y el agresor, que finalmente fallecieron. En total se registraron 14 fallecidos.
Otros análisis aseguran que, desde 2002, Brasil registró 23 ataques en planteles educativos,
de estos, 10 en los últimos dos años.
Especialistas coinciden en alertar que la cobertura de prensa resulta uno de los factores, con papel vital en la multiplicación de los casos, una vez que los agresores buscan notoriedad.
NOCIVAS REDES
Otros entendidos precisan que, a partir del crecimiento de las redes sociales, grupos extremistas impulsan el terror y las embestidas contra personas y espacios escolares.
Alegan que, en esas plataformas sin vigilancia, el contexto virtual se trasfigura en un espacio violento para individuos en formación y terreno fértil para todas las formas de violencia real o imaginaria, con reflejos directos en los colegios y en la comunidad escolar como un todo.
Citada por la empresa subsidiaria de comunicación BBC Brasil, la socióloga Carolina Ricardo, directora del Instituto Sou da Paz, evaluó que el cambio en la forma de socialización de los jóvenes, ahora intensamente mediada por las redes sociales, aumentó el contacto de algunos con agrupaciones que propagan ideologías criminales.
«No necesariamente todos los casos están ligados a eso, pero sabemos que ocurrió una radicalización creciente del uso de las redes con el surgimiento de grupos de odio», alegó.
CULTURA DEL ODIO
Al respecto, la mayoría de los estudiosos atribuye que en estos últimos cuatro años del gobierno del expresidente Jair Bolsonaro (2019-2022), el culto a la muerte, a la violencia y la apología a las armas prevalecieron sobre la vida y la ciencia, y el mundo de la educación sufrió las peores consecuencias.
“Los diversos ataques que vienen ocurriendo en nuestras instituciones de enseñanza, ciertamente son reflejos del extremismo político en la sociedad brasileña», especificó a Prensa Latina el reputado profesor Edmundo Aguiar.
Denunció que «los casos de agresiones dentro de escuelas están relacionados con el aumento de la violencia en toda la sociedad, alimentada por el crecimiento de la intolerancia, la cultura del odio y los ideales fascistas diseminados en los últimos años».
Para el director del Sindicato de Profesores de Río de Janeiro, la violencia dentro de las escuelas tiene varios orígenes, pero dos resultan decisivos.
En primer lugar, apuntó, «el abandono social de los niños y sus familias, (generalmente en las escuelas en regiones de gran vulnerabilidad social), debido al descuido del poder público, ya sea local, regional o nacional de los últimos años principalmente».
Y en segundo, prosiguió, «el culto a la violencia practicado por canallas ultraderechistas que intentan crear una generación de alienados competitivos, sin ninguna empatía por el prójimo, y con fuerte doctrina fascista. Y esa, no deja ninguna clase social fuera».
Aguiar consideró, asimismo, que la violencia en los centros escolares «es solo uno de los problemas de nuestra sociedad. Como institución, la escuela no va a curar todas nuestras enfermedades ni va a acabar con todas. Es una parte, muy importante, pero es solo una parte».
Por lo tanto, mejorarla para cumplir su misión en el proceso de educación, es fundamental, certificó.
El académico afirmó a Prensa Latina que el modelo fracasó en Brasil «en la formación ciudadana, en la formación para la vida…si así no hubiera sido, no habríamos tenido esa avalancha del empoderamiento de la extrema derecha que asoló este país».
La escuela tiene que asumir otro protagonismo en la sociedad que no sea solo de instrucción, agregó.
Insistió en que «necesita asumir un papel de integración comunitaria y de cimiento cultural del niño y el joven, y con eso, de la familia y su entorno. Hacer de ella una trinchera en la formación para la vida es un imperativo ético», subrayó.
arc/ocs