La jornada fue instituida en 1998 durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Taggle con el objetivo de destacar la importancia de este sector de la población, que representa el 12 por ciento del total de habitantes.
A pesar de su valor histórico y cultural no están reconocidos de manera explícita en la actual Constitución, impuesta en 1980 por la dictadura militar, y en el proyecto en discusión para sustituir esa Carta Magna quedó excluido el concepto de la plurinacionalidad.
Si bien el día forma parte del calendario de feriados oficiales de Chile, el motivo del asueto pasa más bien desapercibido, excepto en los centros de investigación especializados, universidades y algunos colegios.
No ocurre así entre las diferentes comunidades originarias, donde el solsticio de invierno es ocasión de rituales de purificación y meditación sobre el año que se cierra y preparación hacia el inicio del siguiente período.
El pueblo Aimara conmemora con bailes el Machac Mara o “comienzo de un nuevo ciclo” desde que los primeros rayos del sol tocan el territorio del norte chileno, en la región de Arica y Parinacota.
De igual manera, en el sur la comunidad mapuche celebra el We Tripantu, festividad del 21 al 24 de junio con ofrendas gastronómicas y baños en ríos o cascadas para purificar lo negativo del año finalizado.
Por las noches se encienden fogatas que propician la renovación del pensamiento y simbólicamente preparan el fuego de la vida para la próxima etapa.
En el extremo sur de Chile, las mujeres del pueblo selk’nam bailan y cantan imitando el graznido de las lechuzas porque -según sus conocimientos ancestrales- este sonido anuncia el fin del otoño y la llegada de las nieves.
En sus rogativas piden que el frío no sea demasiado intenso durante el tiempo transcurrido hasta el regreso de las ballenas al mar, cuando ya sea la primavera.
npg/car/eam