En declaraciones a la prensa, la responsable de esa entidad, Amy Pope, recordó que las naciones con una afluencia significativa de migrantes a lo largo de los años han podido constatar claramente que su gente tiende a vivir mejor.
El planeta, dijo, acumula 280 millones de personas que dejaron sus hogares mientras vive un nivel sin precedentes de otras en movimiento que va a continuar en el futuro en vista de las crisis y los conflictos.
En ese contexto, en lugar de considerar a este grupo como un problema, los países receptores deberían reconocer que sus economías los necesitan para prosperar.
La distinción es más crítica hoy que nunca cuando han pasado casi diez años desde que un naufragio frente a la costa italiana de Lampedusa, el 3 de octubre de 2013, se cobró más de 368 vidas.
“Antes de que las etiquetemos como migrantes o solicitantes de asilo o cualquier otra cosa, tenemos que pensar que son personas. Valorar su vida y su dignidad es clave para todo lo que digamos y hagamos en cualquier estado miembro con el que trabajemos”, añadió la representante.
El movimiento de personas no terminará pronto como consecuencia del enorme impacto de la crisis climática, los conflictos, la persecución y otros factores que desestabilizan a las comunidades vulnerables de todo el mundo, desde América Latina hasta Europa, Asia y África.
“Sabemos que decenas de millones de personas se han desplazado este año como resultado del impacto climático y hay cientos de millones más que viven en comunidades extremadamente vulnerables al clima”, afirmó.
Pope calificó como dramática esta situación e insistió en la probabilidad de que el mundo registre más movimientos de “gente desesperada”.
El contexto fuera diferentes si las naciones más ricas ayudaran a estas personas a resistir la sequía y otras crisis climáticas, aprovechando al mismo tiempo las oportunidades que ofrece la migración.
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