El esperado desfile final del Día de Muertos que, junto con el inicial de las Catrinas, llena de esqueletos rumberos la espaciosa avenida Paseo de la Reforma, puede haber rebasado este año el millón de asistentes de 2022, que fue récord para estos festejos.
No hay país en todo el planeta que celebre de esta forma sui géneris el Día de los Fieles Difuntos donde, aunque hay religiosidad, no es la característica principal.
Es más bien una remembranza que viene desde antes de la era de Cristo, cuando los pueblos originarios visitaban el inframundo en determinadas épocas del año para conversar y pedir consejos a quienes se habían ido a otros lares, pero sin abandonarlos.
Era un reencuentro muy importante que quedó plasmado en la obra tallada en piedra de aquellos genios primitivos, que lograron dejar esa herencia imperecedera a incontables generaciones hasta nuestros días.
Este desfile de fin de jornada registró, más de una semana antes, solicitudes de más de cuatro mil participantes con disfraces diseñados por ellos mismos, que fueron organizados en 65 contingentes, más de 400 comparsas y 13 carrozas o carros alegóricos, y cientos de muñecones.
La mayoría de estas últimas enormes catrinas, con sus atuendos de lujo, largos vestidos ceñidos a la huesuda cadera, y las calaveras que, contra lo pensado, lejos de provocar miedo en los niños, las disfrutan a todo dar junto con sus padres porque, además, se trata de un paseo familiar en el que ellos también acuden disfrazados.
En el desfile no hay tristeza, pero la fiesta tiene otro signo, no es la que podemos ver los fines de año, o en los carnavales u otras fechas que llevan música y baile. Es una fiesta en la que impera el respeto, la devoción y el encuentro emocional o espiritual, con los que se aman hasta la eternidad.
Es complejo, pero es así, porque, como dijo quien lo dijo, esa confusión de sentimientos, de añoranza y nostalgia, de dolor profundo y angustia, se lleva de manera eterna en el alma, lo cual, sin embargo, no deja espacio al amilanamiento y la zozobra.
El Día de Muertos en México no es un simple ritual, tampoco religión, porque la muerte, aunque parezca paradójico, es parte inalienable de la vida, y de tal manera, no es herejía, ni suena mal que, al lado del altar, o en las calles como este sábado, composiciones musicales vistan de otro color y no de luto, esta conmemoración.
Tal es el caso de aquella del siglo pasado del cubano Rafael Blanco Suazo, que empiezaba así entre claves y tambores: Caballero (caballero)/ esto me tumba y me tumba/ Apenas sintió la conga,/ el muerto se fue de rumba.
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