Se trata de una variedad de la pectolita —mineral que pertenece al grupo de los silicatos—, nombre procede del griego antiguo Pectos, que significa “bien unidos”, en alusión a los grupos de cristales que van desde un azul muy pálido casi blanco al azul oscuro, en ocasiones un turquesa profundo, y su lindísimo aspecto se debe, según expertos, a su origen volcánico.
Fue el dominicano Miguel Méndez quien emprendió a finales de los años 70 del pasado siglo una exploración cerca de la desembocadura del río Bahoruco, en la provincia de Barahona, acompañado de su colega en geología Normal Rillind.
Los amigos buscaban un descubrimiento que traería prestigio a República Dominicana. Entonces encontraron la piedra y certificaron su hallazgo.
Méndez decidió ponerle el nombre combinado de su hija, llamada Larissa, y mar, como fuerza de la naturaleza.
De ahí nació Larimar, considerada por sus adoradores con un alto potencial de espiritualidad al infundir serenidad, amor y armonía. Otros admiradores plantean que aporta fortaleza, regocijo y luminosidad.
Aunque no hay confirmación científica de tales dones, el positivismo que la población le atribuye se ha extendido al tratamiento de distintas dolencias físicas. Sus poderes, sean o no reales, hacen que cada vez más personas la usen como amuleto o talismán en la meditación y la concentración mental.
Los artesanos, a su vez, hacen objetos de gran valor como anillos, pendientes, colgantes o pulseras.
Aunque las piedras semipreciosas son menos estimadas, en el caso de Larimar tiene una valía especial, pues resulta de un territorio único en el Caribe, en una mina situada a 10 kilómetros de las montañas. Sin embargo, su disponibilidad puede ser restringida, pues se desconoce su extensión territorial.
También conocida como Turquesa Dominicana, representa asimismo el sustento de cientos de familias dedicadas a su extracción y posterior comercialización, principalmente en el distrito municipal de Barohuco.
El Congreso Nacional declaró el 22 de noviembre como “Día Nacional del Larimar”, porque un día similar, de 1916, el sacerdote Miguel Domingo Fuertes avistó la piedra en Barahona y dio lugar a posteriores expediciones.
(Tomado de Orbe)