Tales realidades obligan a colocar en primer plano la cuestión de cómo se producen, comercializan y consumen los alimentos en el planeta, recalca el documento, al hacer un balance sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), suscritos hace ocho años.
Desde 2015 hasta la fecha, la prevalencia del hambre disminuyó solo marginalmente al 9,2 por ciento de la población mundial, en un escenario de relativos avances frustrados por la pandemia de Covid-19, el aumento de las crisis climáticas y los conflictos que elevaron los costos de los alimentos, el combustible y los fertilizantes, sopesa el diagnóstico.
En 2022 el hambre afectó a unos 735 millones de personas y la cifra sigue muy por encima del nivel prepandémico, avala el texto de Naciones Unidas, cuyos datos también recuerdan la existencia de al menos 148 millones de niños con retraso en el crecimiento debido a la nutrición inadecuada.
Tampoco se está haciendo lo suficiente para ayudar a las economías en desarrollo a adaptar su producción de alimentos a los impactos del cambio climático.
Los pequeños agricultores de los países en desarrollo producen un tercio de los alimentos del orbe, pero apenas reciben 1,7 por ciento de la financiación climática, ejemplifica la publicación.
Según enfatiza Naciones Unidas, a escala global hay demasiado consumo y poca protección de los recursos naturales: tres cuartas partes del ecosistema terrestre y alrededor del 66 por ciento del medio ambiente marino del planeta mostraron en 2023 alteraciones significativas por la acción humana.
«Combinadas con niveles vertiginosos de contaminación, la degradación del hábitat natural y la pérdida de biodiversidad están teniendo graves impactos en las comunidades de todo el mundo», juzgó la fuente.
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