Su director, Diego Fernández, quien en previa opera prima Rincón de Darwin, incursionó por vericuetos de los comportamientos humanos, se propuso en esta segunda vez entretejer una historia con tintes de serie negra policial.
Claudio, personaje central, un montevideano treintañero que trabaja como perito de seguros, trasladado a la zona fronteriza con Brasil, en su nuevo destino comienzan a incendiarse varios vehículos y deberá descifrar el origen de los siniestros.
Según su realizador, al igual que en su primera pieza, se propuso una película, atravesada por otra hipótesis que le da nombre al filme, ‘que una vez que comienza un proceso de violencia éste se desencadena hasta la destrucción, sin importar cuál sea el contexto socioeconómico’.
Para ello se inspiró en un episodio real en la ciudad uruguaya de Melo en 2010, donde en el correr de varios meses aparecieron más de 20 autos incendiados y el caso tenía desconcertada a la policía, hasta que al final atraparon a los responsables, ‘tres adolescentes que lo hicieron porque sí’.
Desde el inicio, la sátira y la caricatura son dos parámetros recurrentes para la caracterización de ese pueblo con personajes como el del estanciero brasileño y político en perpetua campaña electoral.
Fernández sostiene que entre el drama o la comedia, es un tema de idiosincrasia uruguaya y ‘donde se juega más la uruguayez es eso de que en el pueblo son todos viejos, de arriba de 50 por los menos’ y uno de los personajes locales le dice al recién llegado, ‘tan joven y lo mandan a este lugar’.
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