Arce tuvo más de 20 puntos de diferencia ante el candidato de la derecha, Carlos Mesa, que debió ubicarse en tan sólo el 29,05 por ciento de los sufragios.
En general, se preveía un triunfo del MAS derribado el año pasado mediante un golpe de Estado, pero se esperaba un resultado más ajustado. Se pronosticaba que la definición electoral ocurriría en una segunda ronda, cuyo desenlace asomaba incierto.
Ese era el pronóstico de analistas y expertos que en Bolivia y en la región seguían con cautela el desplazamiento de las fuerzas en el escenario altiplánico. La vida señaló otro derrotero.
La victoria popular cayó como un baldazo de agua fría en algunos segmentos de la sociedad, renuentes siempre a conocer y escuchar la auténtica voz de las poblaciones.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN CALLARON
En el Perú, por ejemplo, fue un común denominador el silencio de los medios de comunicación el 18 de octubre. Los programas políticos dominicales ignoraron completamente el proceso electoral boliviano y ni ellos, ni los canales, dieron la menor señal de sus resultados.
Al día siguiente, la “Prensa Grande” calló en todos los idiomas. Solo algunos se “atrevieron” a hablar acerca de “los lentos cómputos” y vaticinaron un resultado solo para el día siguiente. Nadie quiso adelantar el triunfo de la fórmula electa.
Y esto fue, sin duda, el común denominador en buena parte de América Latina. En cada país los medios de comunicación sirvieron a los mismos intereses: los del Imperio y las oligarquías nativas.
VICTORIA DE LA UNIDAD
La primera lección que fluye de la experiencia boliviana, y la que más directamente nos toca, alude a la importancia decisiva de la unidad.
Si el MAS se hubiese dividido por afanes partidistas, intereses de grupo o ambiciones de caudillos, seguramente la derecha habría alzado el trofeo de la victoria.
Como en otras circunstancias, aquí también se afirmó el triunfo del pueblo a partir de una acción concertada en la que confluyeron distintos segmentos de la sociedad boliviana.
Como era de esperarse, en el caso primaron los mejores porque -como lo dijera José Carlos Mariátegui- supieron ser los mejores, es decir, lideraron una lucha que afrontó todos los riesgos y en la que se jugaron enteros quienes estaban más identificados con las banderas de su pueblo.
NO HAY VICTORIAS SIN DOLOR Y LUCHA
El otro elemento clave es considerar un hecho ineluctable: no hay victoria sin dolor y sin lucha. Lo hemos dicho muchas veces: nada cae como el maná del cielo, ni está sembrado en la tierra. Todo debe ser construido por los hombres y forjado con el calor y la batalla.
Los bolivianos tuvieron que combatir en las condiciones más adversas durante décadas. Sufrieron dictaduras horrendas, como las de García Meza y Banzer; derrotaron a Sánchez de Lozada y al propio Mesa, y se enfrentaron hasta doblegar a Jeanine Áñez, la gonfaloniera del golpe de noviembre del año pasado.
Cárcel, tortura, persecución e incluso muerte tuvieron ante sus ojos quienes enarbolaron la bandera de la dignidad y la justicia. El dolor maceró y se hizo conciencia. Y eso generó una voluntad de lucha que cristalizó en unos comicios digitados de comienzo a fin por la clase dominante.
Porque, en efecto, hay que subrayarlo: el MAS arrolló al gobierno dictatorial que usó todos los recursos imaginables para torcer la voluntad ciudadana. Incluso, se utilizó la monserga del “fraude” en las elecciones del año pasado y se lanzó contra Evo Morales toda clase de patrañas. Nada melló la unidad del movimiento ni la conciencia del pueblo.
CONTRA TODO Y TODOS
Bolivia triunfó enfrentado a la antigua “rosca” que acumuló fortunas inimaginables con el cuento de la “explotación minera para promover el desarrollo”. Al racismo, y a la teoría de la “superioridad” de los blancos, afincados en el oriente del país. A la OEA, instrumento que conspiró siempre contra la voluntad ciudadana.
También a la clase dominante afirmada en el poder en la mayoría de países de nuestro continente, que apostaron a “salidas” en función de sus intereses. A la administración norteamericana que, a través de la Agencia Central de Inteligencia y la embajada de los Estados Unidos, colaboró y apoyó a los golpistas, alimentando todos sus crímenes.
Pero también enfrentó a los conformistas, a los pusilánimes, a los que buscaron “acomodarse” a la situación creada desde fines del año pasado, pensando que ya había llegado el fin de Evo Morales y sus compañeros.
La vida les dio un portazo a quienes hablan de “ideas obsoletas”, de “procesos superados” de “confrontaciones absurdas”, ignorando la realidad que muestra cómo en la lucha de los pueblos nada ha caducado, ni perdido vigencia.
A DEFENDER LA VICTORIA
Hoy hay que defender la victoria. Y eso pasa no solo por hacer respetar la voluntad ciudadana. También por mirar adelante y construir el futuro. Para que sea posible y consolidar los avances logrados.
Ahora conocemos mejor los peligros que amenazan a Bolivia: la oligarquía tradicional nunca dormida, las camarillas militares al servicio del fascismo, los grupos locales de poder, los partidos de la burguesía aferrados al pasado.
Para vencerlos, hay que asestarles golpes decisivos: ganar más al pueblo, incrementar su fuerza, sumar a su causa a los militares patriotas, quebrando el poder de los “mandos” reaccionarios y asesinos; denunciar firmemente la ofensiva imperialista en la región; llevar a la práctica el programa de gobierno del MAS.
En cuanto a nosotros, tenemos un doble deber: tomar la esencia de la victoria boliviana y asegurar la nuestra asimilando sus lecciones, y desplegar la más amplia solidaridad con la Bolivia de hoy. El 18 de octubre fue un triunfo continental de América Latina.
arb/mrs/gem
*Exdiputado y analista político peruano