Una pesquisa del Instituto de Investigación Armauer Hansen detectó en Dire Dawa, Awash, Gode, Jijiga y Semera, entre otras ciudades, esa especie de mosquito de la familia Culicidae, capaz de transmitir Plasmodium falciparum y Plasmodium vivax, fundamentalmente en áreas urbanas.
El director general de ese centro de estudios, Abebe Bayeh, sugirió al ministerio de Salud monitorear la circulación del Anopheles stephensi y, al unísono, establecer un programa nacional con el objetivo de concienciar e informar a la población del asunto. Asimismo, propuso iniciar mecanismos de vigilancia, sobre todo en las fronteras, e intercambiar información con instituciones de naciones vecinas, toda vez que su expansión amenaza el control de la enfermedad en la nación y el resto del denominado Cuerno Africano.
Para Bayeh, comprender la distribución del vector en Etiopía es esencial, ‘porque ello determinará cómo, dónde y cuándo serán adoptadas las medidas necesarias para combatirlo, más importantes ahora que el país y el mundo enfrentan la pandemia de Covid-19’.
Según notificaron los investigadores, el análisis genético preliminar mostró que el vector se originó en el sur de Asia y en 2016 fue encontrado por vez primera en territorio etíope, exactamente en Kebri Dahar, asentamiento del estado regional de Ogadén.
Anualmente, en el mundo aproximadamente 250 millones de personas son diagnosticadas con malaria, o paludismo, como también es conocida. En Etiopía, pese a los avances para reducirla, los casos superan el millón, como en 2018, cuando llegó a 1.5 millones.
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