Aunque hay diferencias, pues en aquella oportunidad había Gobierno (dimitió a los pocos días), no era tan evidente la crisis socioeconómica y tampoco la pandemia de la Covid-19 había asolado al país.
Al día de hoy, las protestas callejeras en varias ciudades ni inmutaron a la clase política gobernante que continúa de espaldas a las exigencias ciudadanas de mejoras en las condiciones de vida.
Una depreciación de la libra libanesa de más de 85 por ciento respecto al dólar estadounidense, hundió a la población en niveles insostenibles de pobreza y la razón de esta reciente explosión antigubernamental generalizada.
Sin embargo, de las jornadas de hace casi año y medio, con manifestaciones de similar naturaleza, no hay lección aprendida alguna.
La falta de un liderazgo impide la realización de un verdadero cambio en las reglas de juego del país y es de esperar que la insubordinación sea manipulada como en ocasiones anteriores por agendas políticas ajenas a la ciudadanía.
En octubre de 2019, la espontaneidad de las manifestaciones populares parecía que impondría valores diferentes a los que, con maniobras de todo tipo, mantuvieron en el poder a los mismos de hoy.
Contra la corrupción, la mala gobernanza y el saqueo al erario se levantaron aquellas voces e iguales consignas se expresan en la actualidad, pero la cúpula en el poder hace caso omiso a esas demandas.
Ni siquiera los principales responsables para nominar al Gobierno hicieron un intento ahora por romper el estancamiento que dilata ya más de siete meses.
El primer ministro designado Saad Hariri viajó a Emiratos Árabes Unidos después de varios días sin contacto con el presidente, Michel Aoun, y discutir una propuesta de 18 especialistas apolíticos presentada el 9 de diciembre último.
Ese próximo gabinete se encargaría de implementar un programa de reforma contenido en una iniciativa con la cual empezaría un rescate de la peor crisis económica y financiera libanesa desde la guerra civil de 1975-90.
Hariri acusó a Aoun de rechazar la oferta de Gabinete, porque contrapone que seis cristianos debían ocupar otros tantos puestos en la alineación gubernamental, más un séptimo para el partido armenio Tashnag.
Con esa cifra, tendrían poder de veto en el Ejecutivo que el primer ministro designado no está dispuesto a ceder.
Una fuente sin identificar cercana a Hariri indicó que no hay nada nuevo en el proceso de formar Gobierno; las posiciones de Aoun y Hariri siguen siendo las mismas, aseveró.
Y el país hace aguas, dice la percepción popular.
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