El llamado Clan del Golfo o Clan Úsuga, de Colombia, es quien más utiliza esta modalidad para sus traslados de grandes alijos de estupefacientes por el océano Pacífico a Panamá, Costa Rica, El Salvador y México, mientras por el Atlántico los mueven a La Guajira y de ahí a Estados Unidos, confirmó la fuente.
El grupo criminal, con ramificaciones en esta nación centroamericana, controla el territorio del Chocó colombiano tras la desmovilización de guerrillas en aquel país y trafica la droga desde las proximidades de la frontera común con el Istmo, advirtieron autoridades panameñas.
Expertos en la lucha contra el crimen organizado afirmaron en esta capital que las actuales tácticas incluyen el transporte de pequeñas cantidades, al parecer para disminuir las pérdidas por las crecientes capturas de drogas en Panamá, cuyo volumen podría marcar un récord en 2021.
John Dornheim, director de la Policía Nacional, recordó recientemente que la gran mayoría de los homicidios ocurridos en el país tienen relación con el narcotráfico, mientras el Ministerio Público reveló que en los primeros seis meses de este año se reportaron 318 asesinatos.
En febrero de 2020 el panameño Servicio Nacional Aeronaval capturó por primera vez un semisumergible con cinco toneladas de drogas a bordo (valoradas en 168 mil millones de dólares en el ilegal narcomercado), en una operación frente a las costas de la noroccidental provincia de Bocas del Toro en coordinación con la Armada de Colombia.
Un narcosubmarino de 20 metros de eslora (largo) puede transportar unas 10 toneladas de cocaína a una velocidad de 23 kilómetros por hora, confirmaron expertos, quienes aseguraron que el modus operandi es crear tales artefactos artesanales y desecharlos cuando concluyen su primera travesía.
La impermeabilización del casco permite que la nave sea hundida si es detectada, con lo que desaparecen las pruebas del delito y posteriormente los criminales pueden reflotar la embarcación y recuperar el cargamento de narcóticos.
El primer semisumergible incautado fue en 2006 a 145 kilómetros al oeste de Costa Rica, a pesar de que su empleo data de finales de la década del 90 y varias versiones apuntan a que se construyen en improvisados astilleros en ríos dentro de la selva colombiana cercanos a la desembocadura al mar.
Esta fue la alternativa del crimen organizado para evitar la detección de los radares, que son efectivos para las lanchas rápidas muy utilizadas para mover la droga por los mares, pero militares estadounidenses desarrollan actualmente un dispositivo que permite bajo el agua escuchar a distancia el ruido de los motores de los improvisados submarinos.
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