Tal recorrido desde hace varios años constituye uno de los recorridos más significativos para turistas tanto nacionales como extranjeros, en un afán por tener conocimiento muy gráfico de las celebridades de otros tiempos.
Se trata de esculturas diseminadas por la capital cubana a partir sobre todo de la obra de escultores de otros tiempos, como de los actuales.
Colorida, pintoresca y mística, la villa de San Cristóbal de La Habana, ahora con 502 años de fundada (16 de noviembre de 1519), expone sus historias con seres inmortalizados en bronce o piedra, pero imaginativamente “vivos”, observadores del devenir, de amores y resquicios.
Esta urbe tiene muchas efigies interesantes, algunas de estas ya clásicas y emblemáticas como la del Héroe Nacional cubano, José Martí (1853-1895), en la plaza de la Revolución. o el Cristo de la bahía.
Sin embargo, un paseo curioso puede resultar aquel en que se busquen modelos realistas de famosos, míticos o típicos casi anónimos que pasaron como gente común, ahora perpetuados en bronce o piedra, sentados o de pie, evocando ideas o la obra que los hicieron universales.
De ellos hay muchas estatuas en La Habana, de diferentes procedencias y épocas. Mencionemos sólo una lista, pequeña, pero simbólica.
Muy cerca del malecón capitalino un Martí, con levita fruncida, lleva un niño en brazos y señala hacia la embajada de Estados Unidos.
En la avenida del Puerto, próximo a la iglesia de Paula, se encuentra muy elegante Agustín Lara, el célebre compositor mexicano, con una expresión meditabunda, en una escultura donada por el pueblo y el Gobierno de Veracruz en noviembre de 2000.
En el malecón aparecen figuras un tanto desconocidas para los transeúntes, como Pierre Le Moyne 0’Iberville, celebre militar de la Nueva Francia, hoy Canadá, almirante de Luís XIV y quien muriera en La Habana en 1706, estatua, en una estatua donada por Québec y colocada el 14 de noviembre de 1999.
Más desconocido aun es Hasehura Rokuemon Tsunenaga, héroe de la ciudad de Sendai, primer japonés que pisó Cuba en 1614, cuya escultura y tarja sugieren la distancia de 11 mil 85O kilómetros que separa a La Habana de Sendai.
También estaba un Johann Strauss dorado, sobre pedestal y tocando su violín en un parque en las céntricas calles de Línea y C, en el Vedado, pero el tiempo y ciertas fechorías la hizo desaparecer.
Depredadores incultos, pensando que era de oro, arrancaron sus pedazos hasta obligar a su derrumbe. Esta obra, colocada el 16 de mayo de 2002, fue una donación, réplica de la estatua del año 1921 del parque Stadtpark, de Viena.
Otra estatua muy significativa es la de don Francisco de Albear y Lara, colocada en el parque de igual nombre, el 24 de octubre de 1887, inmediatamente después de la muerte del creador del acueducto de La Habana.
Y el artista local Jorge Villa ubicó al músico John Lennon en un parque, al novelista Ernest Hemingway acodado en la barra del bar-restaurante Floridita, a la devota madre Teresa de Calcuta en el patio de la basílica de San Francisco de Asís, y en otro lugar al Caballero de París, mítico personaje habanero.
Mientras, su más reciente estatua recuerda al historiador de La Habana Eusebio Leal Spengler (1942-2020), en las mismas calles por donde realizó recorridos, y precisamente animador de la iniciativa de las estatuas, quien guió a curiosos y atendió a su pueblo con sus explicaciones.
Mientras, otras imágenes inmóviles y sin nombre permanecen en eterna observación de la cotidianidad citadina, siempre vivificadas por el callejeo y el bullicio de personas de cualquier parte del mundo.
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