Alguna vez la joya de la corona de la economía, las instituciones prestamistas comenzaron el declive a partir de finales de 2019 cuando se detuvieron las remesas y las inversiones desde el extranjero.
Frente a la escasez de divisas frescas, el Banco Central (Banque du Liban) restringió las retiradas de los depósitos y prohibió las transferencias de los ahorristas comunes privados.
Sin embargo, en la percepción popular y de los analistas esa decisión no tocó a una elite política que durante ese mismo período remitió miles de millones de dólares al extranjero.
Beirut era un centro financiero regional en auge que captaba recursos por los beneficios de altas tasas de interés y leyes de secreto bancario.
Pero a dos años de destaparse la crisis, la reputación de los prestamistas libaneses quedó hecha trizas.
Una devaluación de más de 100 por ciento de la moneda nacional, una inflación de 200 puntos porcentuales y el levantamiento de subsidios a bienes básicos reflejaron que la jauja de antaño se sostenía en una base falsa.
La destrucción de la confianza en los bancos propició que los ciudadanos conserven sus ingresos fuera de las entidades prestamistas y hay cálculos oficiosos de que la población posee unos 10 mil millones de dólares en sus casas.
“Todo el sistema bancario actual está compuesto por bancos zombis”, expresó el analista económico Patrick Mardini, “porque no funcionan, no otorgan préstamos ni reciben depósitos”.
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