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A 49 años, trasfondos de un Consejo de Seguridad en Panamá

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Panamá (Prensa Latina) Este 15 de marzo recordamos la sesión del Consejo de Seguridad (CS) de Naciones Unidas, celebrado en Panamá entre ese día y hasta el 21 del mismo mes de 1973, en el aniversario 49 de la reunión del organismo multilateral.

Por Julio Yao Villalaz

Analista Internacional, exasesor del General Omar Torrijos y colaborador de Prensa Latina

Casi todos creen que fue como por un acto de magia o simple rutina que se concretó esta reunión, la segunda vez en su historia que el organismo internacional se reunía fuera de su sede. La primera ocasión fue en Addis Abeba, Etiopía.

Sin embargo, no se conoce mucho sobre cómo se originó y se realizó; cuál fue la visión estratégica, cómo se evaluaron sus posibles resultados; cuál fue su enfoque legal; hubo dificultades y cómo se transaron. Usualmente se cree que tales reuniones arrojan automáticamente sus frutos. ¡Nada más lejos de la realidad!

Visión estratégica

En agosto de 1972, el canciller Juan Antonio Tack me nombró asesor personal del General Omar Torrijos en Política Exterior.

En diciembre de ese mismo año el diplomático me preguntó sobre la futura sesión del CS de la ONU en Panamá y si yo estaba dispuesto a diseñar nuestra estrategia legal, diplomática y política en dicha reunión, enviándome a sugerencia mía en misión secreta a La Haya durante un mes.

Había que estudiar toda la jurisprudencia de la Corte Internacional en torno a canales interoceánicos y bases militares extranjeras para contar con argumentos sólidos en nuestras reclamaciones.

Las resoluciones que debía redactar tenían como objetivo divulgar nuestra causa internacional y no propiamente resolverla en el CS, porque esto dependía de negociaciones. El documento no buscaba la aprobación de Estados Unidos sino el veto. Pero eso lo ignoraban los miembros del CS e incluso mi jefe, el canciller Tack.

Si hubiésemos buscado su aprobación, se terminaría el CS y nos llamarían a negociar sobre esa base y hasta allí llegaría el apoyo internacional, con la seguridad de que Estados Unidos incumpliría cualquier acuerdo, como es su costumbre.

¿Se imaginan ustedes cómo podría proponer Panamá la neutralidad del Canal, el desmantelamiento de las bases militares y exigir mayores ingresos sin el reconocimiento previo de nuestra soberanía? El CS debía ser solo una fase de transición hacia las negociaciones.

Y esa fase se logró con el CS, en tanto que el Tratado del Canal se alcanzó con la Declaración Tack-Kissinger de 1974 -que estableció los principios básicos de la nueva relación contractual- y que también me tocó redactar con la anuencia del jefe de la diplomacia entonces y el General Torrijos.

Dificultades en los debates

Al regresar a Panamá, en enero de 1973, encontré que en la Comisión Asesora, donde había una decena de profesionales, tenía un proyecto de resolución distinto al mío.

El proyecto de la Comisión Asesora fue propuesto por el doctor Jorge Illueca y era apoyado por Aquilino Boyd, ambos embajadores en la ONU. El mismo requería la neutralización de los canales interoceánicos. Sucedió que Tack me pidió que, en mi ausencia, le dejara a la Comisión algunas tareas, y yo le sugerí que hicieran borradores de resolución.

Me opuse al proyecto porque constituía una intervención en los asuntos internos de Egipto, dueño del Canal de Suez, y de la nación árabe, que se expresaba por la Liga Árabe, la cual ejercía influencia en el Movimiento de Países No Alineados, que debía ser aliado natural de Panamá.

Además, esa no era la manera de ganarnos el apoyo internacional para nuestra causa, que era a largo plazo. La neutralización del Canal de Panamá no era un objetivo en aquellas circunstancias, y Estados Unidos tampoco lo apoyaría.

Fue justamente un representante del gobierno de Egipto quien refutó dicha resolución cuando fue leída por el canciller Tack, lo que provocó una oleada de protestas en el recinto del Palacio Legislativo, y exigieron que se suspendiera la sesión para consultas hasta el lunes 18 de marzo.

Un giro de 180 grados

Tack, a quien presenté mi renuncia al cargo a las 11:30 hora local del 5 de marzo, en vista de presiones locales y latinoamericanas proyanquis que le cayeron, además de su vacilación sobre la resolución, me pidió ir a Isla Contadora en el primer avión para “seguir trabajando”. Yo ignoraba que el CS estaría en Contadora el fin de semana.

Llegué temprano y al rato aterrizó el General Torrijos en su helicóptero. Me reuní en privado con Omar y le expliqué, a calzón quitado, el momento delicado que estábamos pasando en el CS.

Torrijos me escuchó por más de una hora sin interrumpirme. Le sugerí que debíamos darle un giro de 180 grados al CS. “¿Y ya Tony (Tack) sabe de esto?”, preguntó. Le dije que sí. “Dígale a Tony que ya usted habló conmigo y que usted tiene luz verde”.

A la hora de la cena, el sábado 16 de marzo, el canciller Tack me esperaba con una silla vacía a su derecha para mí, rodeado por Raúl Roa, Ricardo Alarcón e Ignacio Golob de Yugoslavia, exclamando efusivamente: “Sabes que lo que me has dicho todo este tiempo es cierto, y me lo afirman igualmente estos embajadores”.

Y sin dejarme sentar para cenar, me dijo: “Enciérrate en un cuarto y hazle un memorándum para Omar en el que le expliques en resumen lo que debemos hacer”.

Dicho y hecho: me encerré en el cuarto de aseo y le redacté a mano (no había ni secretarias ni máquinas de escribir) un memo de 12 o 13 páginas largas. Tack se las llevó a Omar a las 22:00 hora local.

Al día siguiente, me pidió resumir mis dos resoluciones en una sola y entregársela al canciller de Perú, el General Miguel Ángel de la Flor Valle, quien era nuestro enlace con los miembros del CS. Yo representaba a Tack personalmente ante el embajador Huang Hua, de China Popular, y ante el canciller peruano.

También me pidió preguntarle a Huang Hua qué pensaba Beijing sobre la neutralidad de canales internacionales. La respuesta vino en un telegrama firmado por el presidente Mao Zedong: “La China Popular pedirá la eliminación de las bases militares extranjeras si Panamá lo solicita”.

¡Claro! Mao fue el único jefe de Estado que apoyó al pueblo panameño durante la masacre del 9 de enero de 1964 -provocada por la agresión militar norteamericana-, con millones de personas en Plaza Tiananmén.

arb/ga/jy

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