Por primera vez en una década, los frescos comparecen ante la prensa con sus colores brillantes y desprovistos, en buena medida, del moho negro que amenazó su existencia. Para recuperarlos, hizo falta desmontar la cámara mortuoria y fragmentar la composición pictórica en 16 bloques. Las obras dentro de los talleres del pueblo de Asuka, en la prefectura de Nara, tomaron 12 años, gracias a las cuales, escenas como la famosa Asuka Bijin (Bellezas de Asuka) recuperaron su vitalidad.
Durante ese tiempo, el público tuvo varias oportunidades de acceder al interior de las instalaciones para apreciar las reliquias pétreas a través de cristales.
Pese al éxito de la restauración, las pinturas necesitan manejarse con cuidado pues su estado es frágil todavía, advirtió Sachio Yonemura, funcionario del organismo a cargo de su custodia. A propósito, está prevista la apertura de una nueva sede para el mantenimiento y muestra de las piezas.
El mural que decoraba las paredes y el techo de la antigua sepultura, data de finales del siglo VII y principios del VIII, según la investigación realizada en 1972 por el Instituto Arqueológico de Kashihara.
Pintadas sobre capas alternas de arcilla y arena, las imágenes representan una suerte de procesión donde aparecen hombres y mujeres vestidos al estilo de las cortes coreanas de la época, junto a tres deidades protectoras (tortuga negra Genbu, tigre blanco Byakko y dragón azul Seiryu).
Poco después del hallazgo de los murales de la Tumba de Takamatsuzuka, y debido a su alto valor patrimonial, el gobierno nipón les otorgó la condición de Tesoro Nacional, aplicable a los bienes culturales tangibles más preciados del país.
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