Como oasis en medio de la agitación citadina, estos espacios existen para la relajación y el deleite a expensas de los tiernos felinos.
En Tokio cohabitan alrededor de 40 mini universos de pelo y atracciones gatunas donde jugar, alimentar y acariciar a estas mascotas adaptadas a la presencia humana, aun cuando las personas sean los bichos raros dentro del salón.
Las cafeterías de gatos, surgidas en Taiwán en 1998 pero popularizadas en Japón desde 2004, exigen una serie de normas en beneficio de la integridad física de los animales. La suciedad de la calle queda afuera cuando el cliente deja sus zapatos y lava sus manos, a menudo vigilado por los dueños del recinto.
Además, está prohibido molestar a los gatos. El precio de entrada significa nada si estos rechazan la presencia del intruso o si duermen el sueño de los justos.
Entre cojines y camas de lana, el lugar ofrece una atmósfera tranquila para leer, estudiar, tomar una bebida caliente, mientras los anfitriones desfilan a sus anchas o escogen el calor humano para descansar.
Vivir en bloques de edificios, tan común en un Japón de más de 125 millones de ciudadanos, limita legalmente las posibilidades de poseer mascotas. Primero, los dueños de los apartamentos avizoran potenciales destrozos que devaluarían su inmueble, segundo, la feliz convivencia entre inquilinos es la prioridad.
En aras de evitar litigios con los vecinos por olores, sonidos o alergias, muchas personas acuden a los cafés de gatos como la zona franca donde recibir afecto y liberar tensiones.
Expertos aseguran que la terapia asistida con animales disminuye la ansiedad y mejora el funcionamiento cognitivo, físico, social y emocional de los pacientes.
Basta con observar los gestos de la gente, sus miradas, a los visitantes dormidos, para comprender que estos paraísos para gatos tienen propiedades terapéuticas y devienen bálsamo de paz espiritual.
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