Dentro de la mística del género probablemente más popular de España, están los duendes de los que hablaron más de una vez dos notables figuras del arte, el bailarín Antonio Gades y el cantaor Chano Lobato, ambos ya desaparecidos, para intentar explicar esos misterios, que convierten a cada espectáculo de flamenco en un torbellino de talento y furor.
Y si alguien lo duda, ahí están las historias de la gran ausente de los tiempos actuales, Lola Flores, la Faraona, la que hacía temblar los escenarios y de la que el New York Times dijo antes de su actuación en 1979 en el Madison Square Garden: “No canta, ni baila, pero no se la pierdan”.
Sus actuaciones y cante llenaron espacios irrepetibles, con ese carisma que la hizo célebre con La zarzamora y Pena, penita, pena. Y una familia de músicos, Antonio (trágicamente fallecido), Lolita y Rosario Flores…
Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco, desde el 16 de noviembre de 2010, el “fellah min gueir ard” (campesino sin tierra), flamenco, se remonta al siglo XVIII, aunque los historiadores subrayan que sus raíces son anteriores, con ascendencia gitana, efluvios africanos, árabes, judíos, cristianos y caribeños.
Locura poseída
Dentro de los Palos flamencos, que son los estilos, los más reconocibles son las Sevillanas, Bulerias, Soleás, Alegrías, Fandangos, Seguiriyas, y Tangos (los más antiguos del género), siempre con la invitación permanente a improvisar y dejar fluir la impronta de cada artista.
“Es verdad que no hay términos medios (…) el cante es una aproximación, que pasa de la nostalgia más absoluta a la alegría más loca, sentencia Pablo Oliva, cantaor, en diálogo exclusivo con Escáner de Prensa Latina, en el Teatro Flamenco de Madrid.
Un extracto de fuego y de veneno, eso es el flamenco, así lo definía el inconmensurable Antonio Gades.
-El flamenco es vivencias de pueblos, los Palos cambian y te llevan a un contexto muy profundo. No es sólo un sello andaluz, es un emblema más allá de la identidad. Cada baile es una vivencia que uno lleva a su mundo persona, reflexiona Raquela Ortega, bailaora con quien igualmente conversé en el recinto de la capital española.
El flamenco es una forma de vida, en donde hay pasiones, dolor, sobriedad, alegría, desasosiego, coquetería, resumía la prestigiosa bailaora Merche Esmeralda.
Al ver un espectáculo supremo en el Teatro Flamenco Madrid, me queda la sensación de que hay mucho de espontaneidad y, lejos de los encasillamientos, la invitación a improvisar con el virtuosismo a flor de piel.
No es una impresión personal, sino parte intrínseca de los recitales, como me lo explica Eli Morales, directora de Comunicación de la instalación cultural. Los espectáculos del teatro cambian por semanas y si bien hay una puesta en escena que marca pautas, en general se deja mucho espacio libre.
Dos figuras destacadas del flamenco, el guitarrista Antonio Andrade y la bailaora Úrsula Moreno, tienen a su cargo la dirección artística. Detrás del telón deben andar agazapados esos duendes enigmáticos que luego hacen estallar las tesituras hacia el glamour.
Si faltaban flores, nadie mejor que el autor de ese hechizo musical llamado Entre dos aguas, Paco de Lucía.
El flamenco es la cultura más importante que tenemos en España y me atrevo a decir que en Europa. Es una música increíble, tiene una gran fuerza emotiva y un ritmo y una emoción que muy pocos folclores europeos poseen.
Los poetas y otros cultores
Federico García Lorca ha sido considerado el más flamenco de los poetas cultos, y una de sus obras define claramente al creador, oriundo de Fuente Vaqueros, Granada, Andalucía.
Es en el Poema del cante jondo, escrito en 1921, en el cual -analizan los conocedores-, hace una estilización lírica del sentimiento de las soleares, las seguiriyas, las peteneras, las saetas, todos ellos géneros literarios y musicales flamencos.
Empero, la saga del flamenco no se gestó de un nombre a otro, sino de muchos genios de la danza, el pentagrama y la mística popular. Y lo andaluz transitó desde Lorca hasta otros elegidos del altar de insignes escritores hispanoamericanos.
Miguel Hernández, alicantino, Antonio Machado, sevillano, y el imprescindible García Lorca, abrieron el camino a los luego renombrados Lola Flores, Camarón de la Isla, Antonio Canales, el Pescadilla, Joaquín Cortés, José Mercé, Manolo Caracol.
Y también Carmen Linares, La Niña de los Peines, Diego el Cigala, La Lupi, Sara Baras, Niña Pastori, Miguel Poveda, Ketama, Alejandro Sanz (…), de lo más puro a las mezclas, la fusión y lo moderno.
Como colofón, Antonio Machado, su pasión por el cante jondo y un poema convertido en flamenco. “En el corazón tenía / una espina de una pasión; / logré arrancármela un día: / ya no siento el corazón. // Aguda espina dorada, / quién te pudiera sentir / en el corazón clavada”.
arb/ft