Fotos: Lianet Cruz
Entre estos refugios espirituales sobresale el despampanante Sensoji. La historia del más antiguo de los templos de Tokio comenzó en el 628, como un sencillo homenaje a Kannon, diosa de la misericordia para los creyentes budistas, quienes con el tiempo convirtieron la modestia en una opulencia exquisita.
A priori, el edificio emblemático de Azakusa deslumbra por su majestuosidad y la agitada vida comercial que lo rodea. Nadie imagina cual remanso de paz a un lugar que recibe cerca de 20 millones de personas cada año, convirtiéndolo en el templo más frecuentado de Japón.
Incluso en tiempos de pandemia y casi sin turistas foráneos merodeando el recinto, Sensoji es un hervidero de gente de todas las edades y credos que desean rezar, pasear, desconectar, divertirse a lo sano o revivir el pasado tradicional latente en cada elemento constructivo.
El recorrido típico comienza en la puerta Kaminarimon o del trueno, protegida en ambas caras por intimidantes estatuas de dioses, con su lámpara roja de unos 700 kilogramos.
Tras cruzar el primer umbral, el visitante regresa al periodo Edo (1603-1868) a través del peregrinaje por la avenida Nakamise-dori, repleta de pequeñas tiendas de souvenirs y puestos de comida callejera. Hay quienes visten kimonos y comen galletas de arroz, cual juego de realidad aumentada donde observas, tocas, hueles y saboreas los vestigios del pasado.
Al final de la vía aparece otra imponente puerta nombrada Hozomon, la segunda y última antes de pisar suelo sagrado. Un par de esculturas custodia la entrada, esta vez se trata de los luchadores de sumo Myobudani Kiyoshi y Kitanoumi Toshimitsu, seres divinos desde la perspectiva popular japonesa.
De pie sobre la explanada del Sensoji la vista gira indecisa en varias direcciones. A la derecha aparecen las primeras estatuas de Buda que luego pueblan todo el sitio, en estrecha armonía con el paisaje y las construcciones circundantes.
A la izquierda, una pagoda evoca respeto hasta para los más incrédulos. El edificio de cinco pisos resguarda las tablillas mortuorias de miles de familias niponas y algunas reliquias de Buda. Además, es símbolo de resistencia por erigirse varias veces desde el siglo X, incluso tras quedar pulverizada durante los bombardeos estadounidenses a Tokio, en 1945.
El salón principal “Hondo” alberga supuestamente la estatua de Kannon que encontraron hace 1400 años dos pescadores en el río Sumida. La incógnita sobre su existencia es parte del encanto del lugar, junto a las hermosas representaciones pictóricas del techo y el altar dorado observable, pero inaccesible para el público.
Seducen los subtemplos por doquier, el aire limpio, los inciensos sanadores, el agua pura de la fuente, los jardines con estanques, carpas de colores y cascadas, la multiplicidad de flores, los malos presagios escritos en papel y amarrados en cuerdas. También estos complementos integran la atmósfera embriagadora de Sensoji que provee deleite visual y regocijo para el alma.
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