Incluso, personas que nunca hayan visto Casablanca (1942) son capaces de reconocer la mencionada escena, una de las muchas partes notables de este clásico del séptimo arte que han calado con fuerza en la cultura popular.
Desde los orígenes de la historia del cine, además de los filmes en su totalidad, existen numerosos fragmentos que por sí solos se ganaron un puesto distinguido en el imaginario colectivo de generaciones, ya fuera por su marcada carga dramática, la excelencia de las actuaciones, las emociones que despiertan en el espectador, los giros de la historia o los derroches técnicos.
Se trata de escenas y secuencias cinematográficas convertidas en emblemáticas, las primeras en las que pensamos si escuchamos el nombre de la cinta a la cual pertenecen.
Cuando se habla de momentos memorables del audiovisual, es casi imposible dejar de mencionar el de la escalera de Odessa, de ese clásico indiscutible del cine soviético y universal que es El acorazado Potemkin (1925).
Quizás sea esta la parte más reverenciada e imitada del mundo fílmico, pues a través de su magistral montaje el director Serguéi Eisenstein logró capturar y transmitir la tensión narrativa necesaria en una obra llena de violencia y desesperación.
Muchos homenajes a esa pieza de Eisenstein se incluyeron en obras posteriores de la gran pantalla y la televisión, entre las cuales sobresalen las realizadas por Brian De Palma en Los intocables (1987), y por Francis Ford Coppola en El Padrino (1972).
Este último filme también contiene varias escenas míticas, desde el diálogo en que Vito Corleone (Marlon Brando) le dice al cantante Johnny Fontane (Al Martino) “le haré una oferta que no podrá rechazar”, hasta la desagradable sorpresa que sufre el productor Jack Woltz (John Marley) al encontrar en la cama la cabeza ensangrentada de su adorado caballo purasangre.
El baile que realizan los personajes de Mia Wallace y Vincent Vega, interpretados por Uma Thurman y John Travolta en la icónica película Pulp Fiction (1994); el vuelo en bicicleta de E.T., el extraterrestre (1982); el ataque en la ducha en Psicosis (1960), o la carrera de Rocky Balboa (Sylvester Stallone) por las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia en Rocky (1976) son otros de los muchos momentos imprescindibles que el cine nos ha regalado.
(Tomado de Orbe)