La vicepresidenta y canciller, Marta Lucía Ramírez, aseguró en el Palacio de San Carlos que esos nexos se establecieron “gracias a la labor del enviado del Libertador Simón Bolívar, don Manuel de Trujillo y Torres”.
Ese fue el primer paso, dijo, “hacia lo que se convertiría en una relación bilateral indisoluble, labrada en el tiempo y cimentada en valores y principios compartidos como la democracia, la libertad económica y la prosperidad, así como la igualdad entre los ciudadanos y el respeto a los derechos humanos”.
Colombia fue de los primeros países latinoamericanos en establecer una misión diplomática en Washington, la cual se llevó a cabo el 12 de diciembre de 1846, durante la cual se firmó el Tratado Mallarino-Bidlack entre la República de la entonces Nueva Granada y los Estados Unidos.
El tratado contemplaba preferencias para los ciudadanos, buques y mercancías de los Estados Unidos en los puertos de Nueva Granada.
Ambas naciones tienen dos siglos de vínculos con altibajos, fundamentalmente marcados por la doctrina Réspice Polum -mirar a la Estrella Polar- y, para Colombia, ese norte es Estados Unidos.
Otros elementos condicionaron, sobre todo en el siglo XX y este XXI, los lazos entre los dos países, como son el aspecto militar basado en la seguridad, la lucha contra el terrorismo y la guerra contra las drogas.
Cuenta Colombia en su territorio con al menos siete bases militares estadounidenses, las fuerzas armadas realizan operaciones conjuntas con asesores del Comando Sur en enfrentamientos contra guerrillas o el narcotráfico, y es el único país latinoamericano “socio estratégico” de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
De acuerdo con la analista Martha Ardila, Colombia ha sido tradicionalmente un aliado incondicional de Estados Unidos, independientemente de si el presidente era republicano o demócrata.
Este acomodamiento ideológico o pragmático con la potencia del norte depende, sin embargo, de las preferencias de los tomadores de decisiones, así como de las élites políticas gobernantes, asegura.
Recientemente la relación tuvo una ligera melladura, luego que funcionarios del gobierno de Iván Duque apoyaran la reelección de Donald Trump en 2020 y la candidatura de Mauricio Claver-Carone a la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo.
Aunque esto generó malestar entre los líderes demócratas, casi al final del mandato de Duque, Estados Unidos le otorgó la categoría a Colombia de “socio global” de la OTAN, el único en Latinoamérica con ese status.
Dicha condición le permite a la nación del sur profundizar con Washington la cooperación en defensa, incluido el acceso a material militar.
RELACIÓN ASIMÉTRICA
Un estudio de Luis Dallanegra Pedraza, publicado en Latinoamérica. Revista de Estudios Latinoamericanos, señala que “la relación entre Estados Unidos y Colombia es asimétrica y con diferente nivel de agenda”.
En opinión del investigador, “para Estados Unidos la conexión con Colombia está definida por sus intereses basados en la seguridad y lo económico-comercial-financiero; para Colombia, está centrada en la viabilidad de la agenda interna, vinculada a la élite dominante”.
“Lo que para Estados Unidos es una relación pragmática y no vital, para Colombia se ha convertido en requisito de supervivencia interna: grandes recursos en cooperación económica y militar y externa: garantizar su viabilidad internacional”, añade.
Asegura que los gobiernos colombianos llevaron a cabo más una «diplomacia personal y corporativa» que una política exterior, en términos de buscar una mejor inserción del país junto a la satisfacción de los objetivos basados en el interés nacional.
Sin embargo, la posición geográfica de Colombia imprime un interés particular a esos vínculos, los cuales Estados Unidos aprovecha en sus afanes imperiales.
LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS
Para el analista Juan Sebastián Jiménez, “Colombia no ha podido quitarse el inri de las drogas y ese sigue siendo el elemento, por lo menos central, en las relaciones entre Estados Unidos y Bogotá”.
“Casi hasta el punto de decir que es por esto y no por otra cosa, que Colombia se mantiene, digamos, como prioridad para el gobierno estadounidense”, asevera.
La lucha contra ese flagelo comenzó con la presidencia de Richard Nixon (1969-1974), continuó con los sucesivos gobiernos del país norteamericano y Colombia se convirtió en uno de sus escenarios fundamentales.
Dentro de este acápite sobresalió el Plan Colombia, un acuerdo bilateral suscrito en 1999 durante las administraciones de Andrés Pastrana y Bill Clinton con tres objetivos específicos: generar una revitalización social y económica, terminar el conflicto armado en la nación suramericana y crear una estrategia antinarcóticos.
El Plan contenía 10 estrategias, entre ellas una económica para generar empleo y fortalecer la capacidad del Estado, recaudar impuestos y contrarrestar el narcotráfico, en un momento que el país suramericano enfrentaba su peor crisis en 70 años.
También proponía una estrategia para la defensa nacional, a fin de reestructurar y modernizar las fuerzas armadas y la policía, y comprendía una proyección antinarcóticos.
No obstante, el 1 de diciembre de 2020, la Comisión de Política de Drogas del Hemisferio Occidental (Western Hemisphere Drug Policy Commission) publicó un informe donde evaluaba la política exterior de drogas de Estados Unidos, el cual concluyó, entre otras cosas, que el Plan Colombia fue un éxito contrainsurgente pero un fracaso de política antinarcóticos.
Según el documento, el número de territorio sembrado con coca alcanzó su pico histórico de 212 mil hectáreas en 2019; algunos planes de desarrollo alternativo, apoyados por el Plan Colombia, no tuvieron ningún efecto en reducir los cultivos, como el programa Más Inversión para el Desarrollo Alternativo Sostenible.
Además, se sumaron otras amenazas como los ataques contra líderes sociales, las masacres y la expansión de otros grupos armados y disidencias.
De acuerdo con muchos analistas y politólogos, el Plan Colombia fue entendido como una estrategia geopolítica del imperialismo que sirvió como modelo de guerra por parte de los dos países contra las insurgencias y el reforzamiento de una ideología anticomunista.
Pero, sobre todo, la intervención de Estados Unidos en Colombia le sirvió para mantener su círculo de seguridad internacional.
GEOPOLÍTICA
En reciente entrevista con Prensa Latina, el escritor y periodista Hernando Calvo Ospina, quien tiene en su haber varias obras y análisis sobre la militarización en Colombia, aseguró que la presencia estadounidense en el país suramericano es parte de la geoestrategia imperial.
Washington puede controlar desde el país suramericano a toda la región, incluso para “una posible invasión a Venezuela”, afirmó.
Colombia se convirtió durante el mandato de Trump (2017-2021), en uno de los países que más presión diplomática ejerció contra el gobierno de Nicolás Maduro, desde la Organización de Estados Americanos.
El gobierno de Duque, con un discurso antiVenezuela permanente en su agenda, logró instalar en los medios de comunicación la posibilidad de una intervención militar y enlazar una serie de operaciones psicosociales.
El también documentalista radicado en Francia señaló que Colombia, por ser socio de la OTAN, no solo participa en acciones militares, sino que al ser supuestamente “agredida”, por ejemplo, por Venezuela, las fuerzas de dicho bloque llegarían en su apoyo.
La instalación de bases militares en Colombia busca también un efecto disuasorio en el caso de un potencial conflicto con la vecina nación, que sufre constantes incursiones de militares y tropas irregulares colombianas a través de sus fronteras.
A esas acciones se suma la implicación directa del presidente Iván Duque en los planes de Estados Unidos para derrocar a Maduro, como el propio mandatario venezolano denunció reiteradamente.
A ese escenario de confrontación azuzada, se suma que Colombia tiene una ubicación geográfica privilegiada con relación al paso del comercio internacional, como la cercanía al canal de Panamá, además, posee fronteras con Venezuela, país con la mayor reserva de petróleo del planeta, aparte de las suyas propias.
Durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI, el control de la producción y circulación de los recursos energéticos fue una pieza central de la estrategia geopolítica estadounidense para el despliegue de su ejército en el exterior.
Colombia posee riquezas hídricas, boscosas, e importantes reservas de carbón, oro y níquel, todo ello hace que el país sea de un interés marcado para Estados Unidos; a su vez, para el gobierno de Bogotá, Washington es el socio indispensable.
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