Por Ernesto Hernández Lacher
Periodista de la Redacción Internacional de Prensa Latina
Un aumento de las tensiones entre Belgrado y Pristina reavivó un conflicto que tiene su origen a finales del siglo XX tras la desintegración de Yugoslavia, aunque analistas estiman que desde mucho tiempo antes cuestiones de índole cultural y religiosa distanciaron a ambos territorios vecinos.
El jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, inició en Bruselas reuniones con los dirigentes de ambas partes, tras el aumento de tensiones bilaterales cuando la policía kosovar cerró el puesto de control en su línea administrativa, con la intención de invalidar la documentación de Serbia.
Ante la presión de los manifestantes, las autoridades de ese territorio dieron marcha atrás a la normativa, sostuvieron reuniones con representantes de Estados Unidos y la Unión Europea, y aplazaron la medida restrictiva para el 1 de septiembre.
Esta situación evidencia que es tiempo de avanzar hacia la normalización completa de las relaciones, lo cual es una condición a la adhesión a la UE, indicó Borrell en un tuit reciente.
Más tarde el jefe de la diplomacia comunitaria dialogó por separado con el primer ministro de Kosovo, Albin Kurti, y con el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, antes de reunirlos, sin éxito, en el marco del Diálogo Belgrado-Pristina, auspiciado desde 2011 por la Comisión Europea.
Kosovo, poblado mayoritariamente por albaneses, proclamó en 2008 su independencia unilateral, reconocida por Estados Unidos, Canadá y la mayoría de los países miembros de la Unión Europea, pero no por Serbia, Rusia, China, España, Grecia, Irán y otras naciones.
Además, los 120 mil serbios que viven allí tampoco aprueban la autoridad kosovar, tras un conflicto que en 14 años dejó un saldo de 13 mil muertos, según estimaciones de ambas partes.
LA OTAN Y SUS INTERESES EN LOS BALCANES
El contencioso despertó el interés de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuya oficina en Kosovo anunció que “sigue de cerca la situación (…) y está dispuesta a intervenir ante el aumento de las tensiones”.
Mediante un comunicado, la alianza militar informó sobre la disposición de tres mil 770 soldados “si se pone en peligro la estabilidad en el norte kosovar».
Pero los habitantes de esos territorios balcánicos recuerdan bien las consecuencias de la injerencia de la OTAN en Yugoslavia en 1999, entre el 24 de marzo y el 11 de junio. La arremetida bélica unilateral, sin autorización previa del Consejo de Seguridad de la ONU, fue considerada como crimen de guerra.
Intelectuales como Noam Chomsky y Jean Bricmont condenaron el ataque, que calificaron de violatorio de la Carta de las Naciones Unidas. Los bombardeos mataron a 462 soldados, 114 policías especiales y miles de civiles.
Esa contienda llegó a su fin cuando el entonces presidente Slobodan Milosevic aceptó un acuerdo que, entre otros aspectos, y gracias a la intervención de Rusia, reconocía a Kosovo como una provincia Serbia.
También incluyó la retirada total de los efectivos militares y policiales de ese territorio, el despliegue de una fuerza internacional, cuyo núcleo esencial estuvo integrado por tropas de la OTAN, y la suspensión de los bombardeos por parte de esa coalición militar.
A pesar de tales antecedentes, y en aras de lograr una solución al presente conflicto, el actual mandatario serbio, Aleksandar Vucic, se reunió con el secretario general de la alianza atlántica, Jens Stoltenberg, quien vaticinó «discusiones difíciles».
Pidió a todas las partes actuar con moderación y evitar la violencia, y reiteró que la fuerza de mantenimiento de la paz de la OTAN en Kosovo (KFOR) estaba «preparada para intervenir si la estabilidad se ve amenazada».
Más tarde y bajo ese argumento ordenó el aumento de la presencia de efectivos en el norte de ese territorio para “prevenir una eventual escalada”.
LOS DIÁLOGOS CONTINÚAN
Tras el incremento de las tensiones en julio y la intervención de la UE y Occidente, las partes se sentaron a dialogar pero hasta ahora no existe acuerdo.
El presidente Vucic acusó a Pristina de provocar inestabilidad al rechazar cualquier pacto, al tiempo que subrayó la voluntad de Belgrado de pedir compromisos para evitar nuevas tensiones. «Buscaremos ansiosamente el compromiso en los próximos 10 días», declaró en rueda de prensa en la capital serbia.
Sus palabras se conocieron luego de la más reciente reunión entre las partes en Bruselas, con la participación del jefe de la diplomacia europea, quien afirmó que el proceso continuaría.
Vucic insistió en la determinación de Belgrado de preservar la paz y estabilidad y acusó a Kurti de tener como objetivo la expulsión de esa población del norte.
También exigió abrir en Bruselas el debate sobre la creación de una asociación de municipios serbios en Kosovo, lo que concedería cierta autonomía para esas urbes, según un acuerdo de 2013 que Pristina se niega a aplicar.
El estancamiento del diálogo en un escenario regional marcado por fuertes tensiones, guerras y sanciones económicas no es un buen presagio de cara al futuro inmediato, según analistas.
Kosovo se sumó a las sanciones de la UE y Occidente contra Rusia tras la operación militar especial desplegada por el Kremlin en Ucrania.
Esa posición le valió el apoyo de los que hoy arremeten contra Moscú, mientras Serbia se mantiene como el único país en Europa negado a sumarse a esa política, según el ministro del Interior Aleksandar Vulin.
Tales posturas revelan cómo se estructura la correlación de fuerzas en el más reciente conflicto en los Balcanes.
arb/to/ehl