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Libia cada vez más frágil por el poder en pugna

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La Habana (Prensa Latina) La realidad de Libia semeja un buque a punto de naufragar, el mecanismo de defensa no evidencia recuperación y cada vez más el Estado muestra su fragilidad enfrascado en la lucha por el poder.

“La caída y muerte de Muamar Gadafi (2011) supuso el inicio de una nueva etapa marcada por la aparición de milicias que frustraron la transición democrática y acentuaron la lucha por los recursos de poder, siendo el petróleo el más importante”, coinciden autores de la Universidad Autónoma de Madrid.

Durante una visita a la suroriental ciudad de Kufra, el general Khalifa Haftar -antes el hombre fuerte en el este- afirmó que solo el apoyo del pueblo al Ejército solucionará la crisis libia, un cambio de percepción que puede resultar clave.

Esa declaración cobra gran importancia cuando el país norteafricano transita un complejo contexto político marcado por la violencia sectaria y lo que expertos consideran persistentes “intrigas palaciegas” en la reconstrucción nacional.

Esto se refiere a quién manejará la gestión petrolera y cómo se distribuirán los beneficios de esa industria, ahora parcelada en diversos grupos con intereses económicos.

Antes de 2011 Libia era un Estado poderoso con irreprochables aportes sociales y devino una sombra incompetente en las relaciones internacionales tras la guerra desatada por potencias de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y aliados árabes contra el gobierno de Gadafi, a quien asesinaron.

Fomentado por los enemigos de Gadafi y abonado por supuestos adeptos, el conflicto ocurrido hace 11 años encajó perfectamente en la doctrina de la estrategia energética de Occidente.

Según un resumen de U.S. Energy Information Administration, Libia cuenta con una de las mayores cantidades de petróleo crudo en África, es la quinta en reservas de gas natural del continente y antes de 2011 fue un importante contribuyente del suministro global con su exportación a Europa.

Algunos estudiosos encuentran motivos similares en la guerra contra Saddam Hussein en Iraq (1990-1991), las actuales presiones orientadas a Irán e incluso la relacionan con el conflicto de Arabia Saudita y Yemen.

Aunque en cada caso existen diferencias como las hubo con la llamada Primavera Árabe, el objetivo ideológico es el mismo: controlar a los poseedores del hidrocarburo, y rebajarlos a simples y obedientes clientes políticos.

UNOS Y OTROS

La desarticulación del Estado, núcleo central del poder, condujo en 2011 a una dispersión que se ahondó con la crisis desatada en 2014 entre el gobierno en Trípoli y la administración posesionada en la oriental ciudad de Tobruk.

El periodista español Francisco Peregil identifica ese contrapunteo como “situación esquizofrénica de tener dos autoridades paralelas, algo que ese país de 6,8 millones de habitantes sufrió desde 2014 hasta febrero de 2021”.

Si bien las estructuras de mando son diversas y no existe un eje central, la autoridad pasó a ser patrimonio de cada facción que la implementa teniendo en cuenta sus intereses particulares, concuerden o no con los de toda la sociedad.

Es en ese ámbito fracturado que resulta de uso común el instrumento de la violencia, sin importar dónde y cuándo y mucho menos contra quién, y así asoló en agosto a Trípoli, la capital, donde causó 32 muertos y 159 heridos.

Conforme aljazeera.com, la lucha entre facciones armadas estalló en las afueras de Trípoli tras las fuerzas alineadas con el Gobierno de Unidad Nacional (GNU) de Abdul Hamid, al Dbeibah consolidar su control sobre la capital.

Los actuales enfrentamientos en Libia entre grupos armados muestran el declive institucional, secuela de la persistente crisis que por momentos -cuando sesionan negociaciones- parece atenuarse y que pese a camuflarse, reaparece.

Esos choques más recientes entre milicias partidarias de Hamid Dbeibah y Fathy Bashagha, ambos considerados primeros ministros, se vincularon con el fracaso de no realizar elecciones en diciembre pasado.

No celebrar los comicios le permitió al primero negarse a renunciar en favor del otro titular, quien pretende hace tiempo gobernar desde la capital.

Aún existen dos gobiernos: uno lo dirige Dbeibah desde principios de 2021, el otro lo rige Bashagha desde marzo último, respaldado por Khalifa Haftar, lo cual ilustra hasta dónde llega la fragmentación institucional de Libia.

SIN HORIZONTE CERCANO

En tanto las fuerzas respondan mayormente a entidades sectoriales (clanes, élites de comunidades y señores de la guerra, así como a sujetos que aprovecharon en su beneficio socioeconómico el conflicto Tobruk-Trípoli), la historia no cambiará.

Las probabilidades de transformación del panorama son escasas como lo es el final de los enfrentamientos, porque además no existe una firme voluntad colectiva para corregir errores que entorpezcan el desarrollo de un modelo capaz de mejorar la distribución de oportunidades a nivel social.

Mientras que definir el perfil de Libia sea una utopía, será difícil despojarlo o deshacerse del estigma de la violencia y con ello acercar el buque a la orilla antes de que se hunda con sus múltiples perforaciones.

Las interrogantes al respecto serían: ¿a quién le corresponde desempeñar el papel salvador del modelo que apenas funciona?, ¿vale la pena ofrecer esa opción tras observar cómo con manejos turbios condenaron y sepultaron a la Yamahiriya (Estado de las masas) de Gadafi?

El recurso de la fuerza para reinventar espacios de poder no es una novedad y mucho menos en el escenario libio, donde hasta las casualidades hieden a petróleo y eso impide divisar claramente el horizonte.

Parafraseando a Haftar al expresar que solo el apoyo del pueblo al Ejército salvará al país, es viable ampliar que eso no es todo, pues el restablecimiento nacional requiere vencer obstáculos como los intereses divididos para garantizar un proyecto de todos.

El perjuicio causado por el asalto a Libia hace 11 años afectó el reconocimiento de su identidad como nación, con lo cual se perdió el ánimo corporativo para enfrentar muchas de las gestiones contemporáneas requeridas, sin tener en cuenta las complejidades del escenario post-Gadafi, que ahora vuelve a estallar.

“La paz pende de un delgado hilo en Libia, algo que hace pensar que cualquier pretexto podría ser suficiente para que las hostilidades vuelvan a esta castigada nación africana”, acotó france24.com.

*Periodista de la Redacción Internacional de Prensa Latina

arb/to/mt

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