Por supuesto, esa hierofanía no deja de ser un mito fundacional por la leyenda que cuenta cómo surgió en la poca tierra firme del lago de Texcoco la capital mexica de Tenochtitlán, aquella enterrada bajo los cimientos de esta gigantesca ciudad metropolitana, y que se resiste a desaparecer.
El mito es subyugante y al mismo tiempo apasionado, porque es una interpretación simbológica de una fuerza real impresionante, que narra la odisea mexica en el peregrinaje de ese pueblo desde el desconocido Aztlán hasta encontrar el lugar exacto para fundar Tenochtitlán, en 1325, como ordenó el dios Huitzilopochtli.
Esa deidad les adelantó que en un punto de su peregrinar encontrarían un águila agitando sus alas, parada sobre un nopal y desgarrando una serpiente; cuando dieron con el lugar en una piedra del lago, construyeron Tenochtitlán, y en el Teocalli de la Guerra Sagrada, su epicentro y trono, perpetuaron la imagen que Huitzilopochtli anunció.
El Teocalli de la Guerra Sagrada es un monolito mexica, llamado así por Alfonso Caso, del que cree puede ser una representación a escala de un templo o el icpalli (silla real) del propio Moctezuma Xocoyotzin.
Como señala Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo, de la Universidad Intercontinental, Tlalcocomolco -lo que sería hoy el lugar de la primera piedra, donde se funda la ciudad-, es el punto geográfico.
Pero también constituye el lugar simbólico donde fue arrojado el corazón de Copil, el enemigo de los mexicas, del cual surgió el tunal donde finalmente el águila se posa.
Allí se erige México-Tenochtitlán, con su punto concéntrico, el templo mayor, donde se sacrificaba a los cautivos hechos entre los enemigos del gran imperio mexica.
Lo curioso es que el relato constituye el paradigma simbólico sobre el cual se funda el grupo étnico mexica; no en un pasado remoto, sino en el continuo ejercicio ritual del sacrificio del que águila y serpiente tienen un fuerte simbolismo: El ave como una expresión del sol y el cielo, el reptil de la tierra, considerada sagrada. Y cuando aparece emplumada, personifica a Quetzalcóatl.
Cuando los colonialistas españoles irrumpieron en estas tierras con sus armas, enfermedades, ambiciones y ansias de saqueo y crímenes como si hubiesen encontrado bestias y no seres humanos organizados y laboriosos, hallaron muy arraigado el símbolo del águila y la serpiente. Y desde su llegada, intentaron borrar las imágenes locales para imponer las suyas.
Crearon un escudo que pasó por numerosas transformaciones, pero jamás lograron que sus elementos esenciales -el águila, el nopal y la serpiente-, fueran eliminados.
Y aquella fidelidad a la referencia narrada por la tradición oral indígena mexica y plasmada en los relatos coloniales tempranos, fue aceptada por las nuevas generaciones étnicamente mezcladas.
MONTAÑA SAGRADA
En el texto De la simbología prehispánica al blasón decimonónico, compilado en el libro “Escudo Nacional. Flora, fauna y biodiversidad”, el historiador, académico y humanista Enrique Florescano cita otros mitos fundacionales que la España conquistadora y abusiva no logró hacer desaparecer.
Entre estos sobresale la Montaña Primordial o Sagrada, hasta el blasón que adoptó en 1811 la Junta de Zitácuaro, donde predominaba el emblema del águila parada sobre un nopal.
Para Hugo García Capistrán, catedrático de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, Universidad Nacional Autónoma de México y Escuela Nacional de Antropología e Historia, en su amplio estudio “La montaña sagrada. Aspectos sobre la legitimación del poder en el Clásico maya”, la connotación de este mito es trascedente.
El concepto de la Montaña Sagrada -escribe- fue muy importante para las sociedades mesoamericanas y de otras culturas del mundo. Diversos estudios demuestran que en él se conjugaron ideas sobre los ancestros, la abundancia, la riqueza, el territorio y el poder. Entre los mayas prehispánicos y los actuales, esto no fue la excepción.
El autor propone en esa investigación que se valore como uno de los símbolos de poder más importantes dentro del aparato de legitimación del ajaw (k’uhul ajaw, “rey divino”).
También, los mascarones zoomorfos witz, tanto en pintura como en escultura, que fueron utilizados como medios para expresar la relación entre el gobernante maya, la Montaña Sagrada, los ancestros, el territorio y todas las riquezas que en ella se resguardan.
ÁRBOL CÓSMICO
Otro de los símbolos utilizados en las culturas mesoamericanas que llega a la actualidad es el árbol cósmico, eje donde confluían todas las fuerzas en sus tres niveles: inframundo, cielo y tierra.
En él los mayas del periodo clásico emplearon el maíz, y los posteriores, la ceiba; los tenochcas, los cactus, y los mexicas, el nopal, refiere Florescano.
Alfredo López Austin, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, sostiene que la tradición religiosa mesoamericana tiene una temporalidad del milenio VI a.n.e. a nuestros días.
Comprende pueblos como los olmecas, mayas, teotihuacanos, zapotecos, mixtecos y nahuas. Uno de sus elementos más importantes es el árbol cósmico, relacionado desde un principio con el calendario.
Al menos desde el año 100 a.n.e., el árbol aparece como una prolongación del monstruo de la tierra. Los mitos del Postclásico hablan del establecimiento de los cinco árboles en los confines del mundo y en su parte central en el momento de la creación.
Esos cinco árboles son ceibas sembradas por los dioses: blanca (norte), amarilla (sur), roja (este) y la negra (oeste). La quinta es plantada en el centro de las cuatro anteriores como la “gran madre ceiba” o el “primer árbol del alimento”».
GRAN BATALLA CONTRA ESPAÑA POR LOS SÍMBOLOS
La batalla por los símbolos fue tan importante para este país como la de fuego, los cañones y la pólvora por la independencia de la Nueva España.
En 1427, dice Florescano, cuando los mexicas vencieron al reino tepaneca, el emblema de Tenochtitlán que unía la fundación de la ciudad, el árbol cósmico, el sacrificio de corazones a la deidad solar y el águila cantando el himno de la guerra, desplazó a otros símbolos de identidad y fue el más extendido de Mesoamérica.
El historiador reseña que de ese poder también se nutrió Hernán Cortés, quien rechazó sugerencias de sus capitanes de refundar Tenochtitlán en otro sitio. Comprendió que los símbolos de poder que ahí existían le darían el dominio político.
Los cronistas de la época renombraron a la ciudad como México, y al reino le llamaron Nueva España.
Carlos V, 100 años después (1523) otorgó a la ciudad un escudo de armas copiado de los emblemas castellanos, donde prevalecía sólo el reflejo de la laguna y las pencas sueltas del nopal.
Los indígenas lo rechazaron y las mismas autoridades colonialistas de la ciudad aprovecharon la ausencia de sello en el escudo de armas, colocaron al águila combatiendo a la serpiente y parada sobre un nopal, con lo cual el escudo mexica se superpuso a la heráldica hispánica, señala Florescano.
En 1663, el ayuntamiento español se negó a obedecer la orden virreinal y estampó el águila, el nopal y el castillo hispano en las nuevas Ordenanzas de la capital.
Hoy el águila y la serpiente reinan en sus fueros como dispuso en aquellas épocas pretéritas Huitzilopochtli, cuando el corazón de Copil parió en Tlalcocomolco la tuna de la hierofanía mexicana.
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