Desde el asesinato del cura Miguel Hidalgo y Costillas, quien pronunció el Grito de Dolores llamando a la independencia de la Nueva España (pésimo nombre que dieron los conquistadores a México), probablemente los crímenes de hombres ilustres de este país pueden muy bien pasar de 200.
Solamente desde la Revolución Mexicana de 1910 hasta la fecha, los textos recogen alrededor de 70 magnicidios, una gran parte de ellos en el propio período de la gesta patriótica, incluidas sus grandes figuras: Francisco I. Madero, su hermano Gustavo, y los caudillos Francisco Villa y Emiliano Zapata.
EN LO MÁS PROFUNDO DE LA HISTORIA
Si se va a lo más profundo de la historia, el primer magnicidio en estas tierras fue el cometido contra Moctezuma, asesinado a finales de junio de 1520, el cual tiene la peculiaridad de que inicia la era de la intriga, la conspiración, la mentira, la hipocresía, la simulación, y toda la perversidad que rodea al crimen político de nuestro tiempo.
Su verdugo fue Hernán Cortés, el jefe de los conquistadores españoles, sanguinario y cruel, y aunque no fue probado, aparece en las tantas versiones como la persona que le dio el golpe en la cabeza para acabar con su vida.
Como expresara el investigador Matthew Restall en El asesinato de Moctezuma, la idea de España fue no solamente matarlo, sino liquidar el ejemplo de defensor y combatiente de su pueblo que lo tenían como el huey tlatoani de México-Tenochtitlán, su emperador.
También explica el por qué del ocultamiento y la tergiversación de su asesinato a manos de Hernán Cortés, el cual no ha sido resuelto todavía, y lo compara con Hatuey en Cuba, Atahualpa en Perú y Sagipa en Colombia.
CURA MIGUEL HIDALGO Y OTROS INDEPENDENTISTAS
El asesinato de Miguel Hidalgo y sus compañeros anticolonialistas es conmovedor y merece un aparte en este amargo capítulo de la historia de México. Fue uno de los más atroces magnicidios perpetrado, además, por los mismos colonialistas que lo hicieron con Moctezuma, pero de forma más alevosa y criminal todavía.
Menos de un año después de lanzar el Grito de Dolores en Guanajuato en la noche del 15 y madrugada del 16 de septiembre de 1810, él y sus amigos y jefes insurgentes Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Jiménez y Mariano Abasolo fueron fusilados -el 30 de julio de 1811- en Chihuahua de forma canallesca.
Sus restos fueron transportados a Zacatecas, Lagos, y León. Finalmente, el 11 de octubre de 1811 llegaron a Guanajuato, cortaron sus cabezas y las colocaron dentro de jaulas de hierro, y colgadas en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas. Ahí estuvieron durante 10 años.
El último en ser asesinado fue Hidalgo porque la Iglesia Católica debía despojarlo primero de sus hábitos y excomulgarlo, como cómplice del crimen. La actitud de este sacerdote fue muy valiente.
Estoico y digno, se sentó frente al pelotón que tenía la orden de ejecutarlo por la espalda como a un traidor, pero no lo permitió y tuvieron que dispararle de frente. Ya el cura patriota había encendido una mecha libertaria, retomada por otro sacerdote consciente y rebelde: José María Morelos y Pavón.
EN LA REVOLUCIÓN MEXICANA
El intenso período que vivió México durante la Revolución de 1910 -la cual tuvo al menos cuatro etapas diferenciadas hasta 1921 -pues los acontecimientos posteriores hasta la guerra de los cristeros en 1923 no se consideran parte de esa epopeya- fue sin lugar a dudas el lapso de una mayor cantidad de magnicidios.
Algunos historiadores enlistan entre 70 y 100 asesinatos, y en varios de ellos estuvo la mano escondida de Estados Unidos con su innegable influencia en el país luego de la invasión de 1846-1848, cuando le robó a México el 55 por ciento de su territorio, sin lo cual no sería ni la sombra de lo que es hoy. Solo citaremos de forma somera, los más connotados.
Francisco I. Madero, el hombre que inició la Revolución de 1910, fue alevosamente asesinado junto con su vicepresidente José María Pino Santos cuando elementos de las Fuerzas Amadas, a cargo del general Victoriano Huerta -quien lo traicionó para asumir el poder-, le aplicaron la ley de fuga el 22 de febrero de 1913 en el Palacio de Lecumberri, durante una conspiración contra su gobierno conocida como la Decena Trágica.
Las versiones más realistas apuntan a que fue el gobierno de Estados Unidos, por conducto de su embajador en México, Henry Lane Wilson, quien mandó asesinar a Madero para evitar que volviera a organizar su lucha revolucionaria.
El 9 de febrero de 1913 empezó todo con un golpe de Estado, el cual generó una matanza que duró 10 días, de allí el nombre de Decena Trágica encabezada por los generales porfiristas Manuel Mondragón y Gregorio Ruíz, quienes con el apoyo del gobierno de Washington, levantaron en armas a un grupo de cadetes de la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan, y la tropa acuartelada en Tacubaya.
Al enterarse de la rebelión, Madero salió del Castillo de Chapultepec al Palacio Nacional en la conocida Marcha de la lealtad, y escoltado por los cadetes y varios amigos, se dirigió al Palacio Nacional para aplastar la rebelión, pero cometió el error de poner al frente a Victoriano Huerta, quien lo traicionó.
El 18 de febrero el golpe de Estado triunfó y Madero y Pino Santos fueron aprehendidos, mientras que Gustavo, hermano del mandatario, fue torturado hasta morir. Para mayor escarnio, en una reunión en la embajada de Estados Unidos seguida del asesinato de Madero, Huerta fue proclamado presidente de México.
Seis años después Emiliano Zapata, apodado el Caudillo del Sur por su valentía en el combate al frente del Ejército Libertador del Sur, fue asesinado -el 10 de abril de 1919- en la Hacienda de Chinameca.
Cayó en una trampa planeada por sus enemigos, no detectada por el sistema de espionaje que tenía, e incluso a pesar del conocimiento del territorio sureño y de la desconfianza en Victoriano Huerta, quien ya había intentado matarlo en 1911.
Su asesinato lo encabezó Pablo González, un general constitucionalista, en complicidad con Jesús M. Guajardo, quienes prepararon la emboscada. Para lograrla, el jefe de la división de Oriente hizo circular la noticia de que el coronel Guajardo había recibido una fuerte amonestación y estaba dispuesto a unirse a la tropa de Zapata, y el Caudillo mordió el anzuelo.
Cometió el error de aceptar la invitación a la hacienda Chinameca, donde decenas de hombres escondidos lo acribillaron a balazos jineteando un brioso corcel que le había regalado su propio verdugo.
Un año después el contradictorio general Venustiano Carranza, considerado a pesar de los sucesos zapatistas un revolucionario, concluía en 1920 su período de gobierno sin lograr estabilizar el país, entre otras cosas por acciones tomadas por él no compartidas por muchos revolucionarios.
El tema de las elecciones presidenciales motivó que el 23 de abril de 1920 se diera a conocer el Plan de Agua Prieta, promovido por el general Adolfo de la Huerta, su adversario, quien desconoció al gobierno de Carranza y este, ese mismo año, trasladó los poderes federales a Veracruz luego de que este oficial lanzara su proyecto.
Casi un mes después, en la madrugada del 21 de mayo en Tlaxcalantongo, Puebla, varios hombres armados encabezados por el general Rodolfo Herrero dispararon sobre la choza donde descansaba y lo acribillaron.
Con el asesinato de Carranza se declaró el triunfo de la Rebelión de Agua Prieta, en consecuencia, el poder Ejecutivo fue tomado de manera interina por Adolfo de la Huerta el 1 de junio de 1920 y el 1 de diciembre de ese año, Álvaro Obregón asumió el cargo de presidente de la República.
(Continúa)
arb/lma