Analistas identifican al gobierno de 1993 a 1998 de este militar golpista como represivo y violador de los derechos humanos y ejemplifican con el ahorcamiento en 1995 del intelectual ogoni y candidato al Premio Nobel de Literatura Ken Saro Wiwa, por enfrentar la explotación de trasnacionales petroleras en el sur de Nigeria.
La administración de Abdusalami Abubakar, sucesora de Abacha, lo calificó de traidor y de saquear el tesoro público, y refirió que el expresidente y su entorno disponían de unos cuatro mil millones de dólares en bienes ubicados en el extranjero. Después de su muerte las reclamaciones de ese patrimonio se multiplicaron.
DOBLE MAGNICIDIO
Un hecho espectacular lo constituyó el doble magnicidio del general Juvenal Habyarimana, presidente de Ruanda, y su homólogo de Burundi, Cyprien Ntaryamira, cuando regresaban en avión de una cumbre en Arusha, Tanzania, el 6 de abril de 1994, derribado por un misil tierra-aire disparado desde las afueras de Kigali.
La posibilidad de una paz inmediata y de entendimiento entre beligerantes se perdió. Un análisis del hecho precisó que el cohete fue activado desde una zona ocupada por militares del Ejército en retirada y facciones aliadas, lo cual hace pensar en que todo se debió a una conspiración a las puertas del fin de la guerra (1990-1994).
Observadores refieren que ese ataque fue el detonante de la mayor crisis ocurrida en la región de los Grandes Lagos africanos, al desatar un genocidio principalmente de tutsis y hutus de conducta política moderada; según cálculos reiterados, las masacres causaron entre 800 mil y un millón de muertos.
El movimiento insurgente fue comandado por un jefe revolucionario conocido desde los años 60 en la subregión, Laurent Desiré Kabila, un nacionalista capaz de establecer alianzas y algún control sobre fuerzas tan diversas que enfrentaban al régimen de Mobutu Sese Seko (1971-1997), uno de los asesinos en 1961 del prócer independentista Patricio Lumumba.
La Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo-Zaire (Afdlcz) tenía como objetivo cambiar el curso de la historia del país, presumiblemente el territorio más rico de África en cuanto a tenencia de minerales, forestales y fuentes fluviales, entre muchas más.
Esa agrupación tomó el poder tras su triunfo en la Primera Guerra del Congo (1996- 1997), a la que continuaron revueltas contra Kabila por sus aliados de Ruanda y Uganda. A ese conflicto se sumaron entonces tropas sobre todo de Angola, Zimbabwe y Namibia, así como de Chad y Sudán en apoyo de Laurent Desiré.
La contienda armada -la Segunda Guerra del Congo- se desató en 1998 y concluyó en 2003, pero el presidente de la República Democrática del Congo (RDC), nombre con el que se homenajeaba a Lumumba, no pudo observar el fin del conflicto porque, en 2001, otro magnicidio puso fin a su vida.
Laurent Desiré Kabila murió el 16 de enero al ser mortalmente baleado por un miembro de su seguridad. El cuerpo del mandatario fue trasladado con urgencia a un hospital, pero expiró.
PELIGRO DE RECOLONIZACIÒN
Las últimas llamaradas de la guerra de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Libia ocurrieron en octubre de 2011, con la caída en manos de las milicias antigubernamentales de la ciudad de Sirte, última fortaleza del líder Muamar Gadafi, asesinado como colofón de un plan bien urdido.
Pese a que la táctica global incluía fuertes levantamientos armados, para tratar de doblegar al país petrolero y poder pasar a una fase de reconquista colonial que apuntara también a otros Estados productores del primer renglón energético mundial, lo ocurrido en el escenario libio fue burdo, brutal y dañino.
Según versiones de la prensa europea, el asesino de Gadafi se infiltró en una turba que torturaba a la víctima, a quien atraparon cuando intentaba salir de su ciudad natal, Sirte, bombardeada por la aviación de la OTAN.
Omran Shaaban fue uno de los que capturó al líder y presuntamente lo mató, aunque ese acto también lo asumió Mohammad al-Bibí. Luego, el primer ministro interino libio hizo referencia a que ‘un agente extranjero se mezcló’ en la multitud y ultimó al gobernante, según confirmaron varios testimonios.
Así, la muerte de Gadafi desarticuló las bases institucionales de la Jamahiria y liberó elementos de contención de una administración que garantizaba cierto nivel de desarrollo humano a sus ciudadanos, así como ofrecía una loable cobertura de seguridad, pero todo eso sucumbió con la agresión de la Alianza Atlántica.
Las secuelas para la subregión del Sahel del magnicidio fueron al menos dos: condenar a Libia a una situación caótica y extender la violencia armada a partir del levantamiento separatista del movimiento tuareg en el norte de Mali, a la vez que potenció la escalada del terrorismo a nivel subregional.
Esas consecuencias alertan del resultado de desmontar un Estado para el beneficio económico, político y social de otros más poderosos, sin descartar que tal desarticulación posibilite desencadenar peligrosos ‘fundamentalismos’ latentes en sociedades frustradas por el subdesarrollo y traumatizadas ideológicamente.
Aunque en África los magnicidios afectaron a los dos principales polos ideológicos durante los 65 años compilados, la mayor parte de las víctimas correspondió a quienes en algún momento asumieron una posición progresista en el complejo escenario postcolonial, coincidente en el tiempo con la Guerra Fría.
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