Ambientado a inicios del siglo XI —unos 200 años después de las peripecias de Ragnar Lodbrók y sus hijos—, al igual que su prima canadiense del History Channel, este anime bebe muchísimo de las sagas vikingas y, por supuesto, tampoco le tiembla el pulso al exponer la brutalidad de sus incursiones.
Sin embargo, es interesante cómo el autor Makoto Yukimura y los guionistas logran meternos de refilón en el día a día de los personajes sin que nos parezca forzado y sin que el uso de la elipsis genere baches argumentales, volantazos ni zozobra.
En este momento, la serie acaba de rebasar el ecuador de su segunda temporada, en la cual se ha desarrollado una vuelta de tuerca que engrandece la trama. Al principio, la irrupción de Einar, un granjero hecho esclavo, parece intempestiva y algo traída por los pelos. Pero conforme avanza la entrega vemos el necesario impacto que su figura y el trabajo en la granja de Ketil tienen en Thorffin.
A nuestro sufrido protagonista lo vimos la temporada anterior perder la inocencia, luchar por sobrevivir y también por saciar un ciego afán de venganza. Ahora, en la segunda, afronta el pasado y se debate, mano a mano, contra sus errores y debilidades.
Mientras, en paralelo, la drástica metamorfosis operada en Canuto —el rey danés que sojuzga Inglaterra— lo erige en un personaje de dimensión shakesperiana, casi casi comparable al célebre Macbeth (curiosamente coetáneo suyo en la vida real).
Cabe añadir que para esta secuela la factoría MAPPA ha tomado el testigo de Wit Studio, aunque el director ShuheiYabuta se mantiene al mando y con él el resto del equipo creativo, así que la calidad de la serie (de este anime)no se ha resentido en lo más mínimo. Cada escena sigue ofreciendo una pincelada minimalista y, cada plano, una profundidad humana arrolladora.
Por eso no es fortuito comprobar que Vinland Saga, la historia que narra y sus personajes crecen de un episodio a otro, convirtiéndose en un relato imprescindible. Porque en la vida hay dos clases de series buenas: las que nos atrapan en el momento, y las que sabemos —con certeza incontestable— que nos gustarán aun cuando pasen los años.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)