Ante tan impresionante fanaticada, la empresa que lo trae a Lima programó una segunda presentación del intérprete mexicano que sacó del baúl de los recuerdos al inmortal bolero y que vuelve tras cuatro años de una especie de autoexilio.
Sus seguidores se mantienen firmes, aunque algunos ortodoxos no comulguen con sus osadas interpretaciones, alejadas de lo tradicional.
Para esos conservadores, lo que prima es el bolero quedo y hasta susurrante, sin más espectáculo que la voz en la penumbra y, mejor aún, solo con guitarras, sin luces ni coreografía, para sufrir con más gusto al amor perdido.
Las entradas para el segundo concierto van camino también a agotarse, por el afán masivo de ver a quien comenzó su carrera artística como el niño melenudo que conoció Lima y que de joven, además, se atrevió a recrear al inolvidable Armando Manzanero.
oda/mrs