Desde que se anunció la cinta dirigida por Jorge Luis Sánchez y protagonizada por Renny Arozarena, muchos amigos se acercan a Prensa Latina con la interrogante de, ¿por qué entre tantos grandes del pentagrama cubano, todos coinciden en que Benny Moré es el paradigma de todos ellos?
Buena parte de la respuesta la dio Sánchez, quien, con maestría y énfasis en una zona de la vida del denominado Bárbaro del Ritmo, reflejó cómo a través de la música y el baile hizo delirar a las multitudes.
Sin embargo, como advertía el autor del Diccionario de la Música Cubana, Elio Orovio, es menester resaltar que el artista descendiente de un abuelo congo bantú fue el resumen de muchas influencias, entre ellas la de esa tradición llegada de África.
Nacido en un ambiente rural el 24 de agosto de 1919 en Santa Isabel de las Lajas, hoy parte de la central provincia cubana de Cienfuegos, bebió también del repentismo campesino que lo marcó.
Segùn Orovio, como creador que sentía, pensaba y decía al mismo tiempo, incorporó de forma armónica, creativa y sin imitar en su proyección artística la influencia de cuatro grandes cantantes que le antecedieron.
De Abelardo Barroso la dicción perfecta, de Orlando Guerra (Cascarita) el vestuario estrafalario y los dicharachos en medio de sus interpretaciones; de Joseíto Fernández (autor de la Guantanamera) el sombrero alón y la preferencia por la décima, y de Miguelito Valdés (Mister Babalú) la forma a cantar el género afro y el desenfreno del showman.
Tras desempeñarse como trovador callejero, integró en la década de 1940 el Septeto Cauto y el conjunto de Miguel Matamoros, con el que viajó a México y donde consolidó su carrera.
En ese país cantó acompañado por importantes orquestas del tipo jazz-band como la de Rafael de Paz, Mariano Mercerón y en particular la de Dámaso Pérez Prado, en las con intuición natural y sin estudios de música adquirió amplio dominio de este tipo de formación.
Los estudiosos consideran que en la década de 1950 alcanzó la cúspide del proceso de cubanización de este formato, proceso en el que intervinieron desde los años 1920 grandes músicos como Alejandro García Caturla, Pérez Prado, Julio Cueva, Bebo Valdés y otros.
Con el concepto de “una banda gigante que sonara como un septeto” tradicional de son, asignó a cuatro o cinco maestros saxofonistas que mantuvieran un solo “tumbao” en unísono como el de un tres (guitarra de tres pares de cuerdas), mientras las trompetas en contrapunto asumían las notas más brillantes.
El bongó, una tumbadora (conga) y en vez de la batería norteamericana una paila (timbal cubano) marcaban ua cubanísima pauta rítmica junto al contrabajo.
Adicionalmente, Benny Moré fue capaz de fusionar de manera natural el aire de los ritmos urbanos de la época (como el cha cha cha) con la métrica por excelencia del punto campesino, la décima, y con eso rebasó la cuarteta de la mayoría de los compositores de son cubano, elementos visibles en sus composiciones Cienfuegos y Santa Isabel de Las Lajas.
Otro ejemplo de interculturalidad presente en este artista, es también la fusión de géneros y ritmos como en su creación De La Rumba al Cha cha chá, en la cual de una frenética columbia rumbera pasa al ritmo de moda en Cuba en los años 50; en su guaracha swing A Romper el Coco o en el bolero jazzeado de Pedro Vega Hoy Como Ayer.
Desde el punto de vista social, después de 1959, mientras otras estrellas internacionales de la música cubana emigraron en medio de la ininterrumpida compra de talentos por más de seis décadas de las trasnacionales de la cultura, el Bárbaro del Ritmo permaneció en su tierra natal.
Esta actitud la refrendó al cantar como nunca antes el son Guajiro de verdad, en una de cuyas estrofas reafirmó lo que para él fue una declaración de principios /Soy guajiro y moriré en mi ley/y no habrá quien me saque de aquí/no quiero que me digan okay/déjenme donde nací.
rgh/jpm