Por Julio Morejón Tartabull
De la redacciòn de Àfrica y Medio Oriente
Ese proceso electoral previsto para el entrante febrero cuenta con el apoyo por la ONU y diplomáticos europeos.
De avanzar en su acomodo interno el proceso quizás sorprenda con el ascenso a puestos clave de figuras gastadas o nuevas, pero presumiblemente seguidoras del movimiento de la batuta transnacional.
No obstante, podría ocurrir un cambio muy significativo en la configuración de estructura estatal, si en definitiva se restablece la monarquía, una intención relacionada con el anunciado retorno del príncipe Mohammed El Hassan El Rida El Senussi.
Todas las innovaciones previstas deberán dirigirse a reparar el colapsado aparato público -dividido y deshecho por la guerra- y a borrar del imaginario popular los incuestionables avances de la Yamahiriya, el Estado de masas de Gadafi.
Aniquilado el liderazgo en 2011 y sin sustituto reconocido, el caos se impuso y estremeció a la región norafricana, así como al Sahel, y puso en dudas la posibilidad de Occidente para solucionar la crisis desatada con su iniciativa bélica.
Ante el vacío de poder, la lucha por obtenerlo se intensificó entre los dos rivales surgidos de la tormenta, uno asentado en la oriental ciudad de Tobruk y el otro en Trípoli, la capital.
Cualquier estudio en el terreno revelaría que con el urgente derrocamiento y magnicidio se intentó atar todos los cabos, pero la comprensión inexacta de la realidad sociopolítica libia fue un saetazo mortal contra ese “final feliz” y enterró la transición.
Preparar un proceso electoral en las persistentes condiciones de desorden puede resultar una carrera hacia el fracaso, pero trata de demostrar la viabilidad de la democracia con cuño extranjero, para sentar un precedente desafortunado en África.
Cercano o no a la verdad esos comicios se intentará reducir las consecuencias del desacierto ocurrido en 2011, la agresión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), aliados árabes y sectores locales de la villanía política.
¿NUEVO ORDEN?
Libia “es un Estado privilegiado en cuanto a riquezas naturales. Tiene gas, petróleo, uranio, fosfatos y sal, dominado durante siglos por bandas y familias tribales”, recuerda cadenaser.com, tales condiciones la hace apetecible.
Pese a todos los defectos de la Yamahiriya, el obstáculo para evitar el saqueo era el gobierno de Gadafi, un líder demonizado al máximo por la propaganda capitalista.
La operación en Libia “basada en una interpretación discutible del derecho de proteger, hundió el país en dos guerras civiles y creó focos de desestabilización en todo el Sahel”, dice Moussa Bourekba, experto en temas norafricanos y de Oriente Medio.
Muchas figuras opositoras participaron con fines propios en la rebatiña como por ejemplo, al día siguiente del magnicidio, “el jefe del Consejo Nacional de Transición, Mustapha Abdel Jalil, se autoproclamó presidente hasta convocar nuevas elecciones”
“Sus primeras órdenes fueron para establecer la Sharìa (con base en la religión musulmana) como base de la Constitución y del Derecho, restablecer la poligamia e ilegalizar el divorcio”, agregó la cadenaser.com
Para los no musulmanes el retorno a una ortodoxia jurídica con demasiada influencia confesional, implicò la posibilidad de un radicalismo ideológico no acorde con su versión de la Ley y el Derecho.
Partiendo de fuentes de la legalidad fuera del espacio del Islam, esa y la legitimidad presentan características distintas dimanadas de su irrepetible desarrollo histórico y del acontecer coyuntural.
En el caso libio las leyes también adoptan singularidades de la comunidad, grupo o tribu, así como requieren de su reconocimiento para perdurar como instrumento de uso común en el enjambre colectivo, a la vez que precisa su papel en la sociedad.
De hecho, como esos fundamentos no son inoculados mediante artificios, lo adecuado parece ser asumir toda dosificación con mesura para evitar que dogmatismo y mimetismo se apropien del modelo institucional venidero y este pueda funcionar.
EL GIRO
Sin embargo, todos los argumentos electorales –edulcorados o no- deben someterse a la prueba del polígrafo para definir qué se pretende en realidad si jugar con la ingenuidad de los votantes o salir de la marisma.
No es ocioso vincular criterios favorables a restablecer un reino en el país, con la actual promoción pública sobre el príncipe Mohammed El Hassan El Rida El Senussi, quien se prevé que regrese en breve tiempo a Libia
Se comenta -sin ser descabellado- que la reincorporación de la realeza al primer plano político puede ser un recurso aplicado “in extremis” para consumo de Occidente, mientras el país gana tiempo buscando un acuerdo realmente viable.
“El regreso propuesto de Mohammed El Senussi, heredero de la antigua monarquía libia, marca un posible punto de inflexión en el tumultuoso camino de la nación hacia la estabilidad”, precisa Mohamed Abad en es.minbarlibya.org.
Todo ocurrirá ante una autoridad fracturada: en el este, controlan el general Khalifa Haftar y el primer ministro Osama Hammad, en el oeste Abdul Hamid Dbeibah y Mohamed Menfi, del Consejo Presidencial, y Aguila Saleh, presidente de la Cámara de Representantes.
La falta de unidad institucional y cohesión política pueden afectar gravemente la realización de las elecciones, ya sea fomentar un ambiente complejo para su desarrollo o simplemente frustrarlas.
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