Sus huellas y variedad ponen una nota muy particular en las costumbres y permite a los viajeros tomar fotografías impresionantes, como memoria de su visita a esta isla.
Se trata de un lugar muy turístico, didáctico y religioso de La Habana.
Cosmopolita y animado, con bailes de origen africano así de simple y compleja puede ser la descripción del Callejón de Hamel de esta capital, fiesta cubana perenne de los sentidos.
Puede describirse como un centro de adoración, relacionado con la Santería o Regla de Ocha, traída en el siglo XVI por los esclavos africanos obligados a trabajar en Cuba por los colonizadores españoles.
Sin embargo, ese escenario (Callejón de Hamel entre Aramburu y Hospital, Centro Habana) representa mucho más de lo que a simple vista se puede apreciar, proyecto de cultura comunitaria iniciado por el artista cubano Salvador González (1948-2021).
Pinturas, símbolos religiosos y nacionales acompañan los edificios y casas que cubren el Callejón. Un colorido que inunda, con dibujos en portones, rejas, fachadas y hasta en los cierres de algunas viviendas.
La Santería es una fusión de creencias que incluyen hasta elementos del catolicismo y el africanismo en general.
Estos elementos se entrelazan en el callejón, cuyo nombre proviene del estadounidense-franco-alemán Fernando Belleau de Hamel, transportista de armas durante la Guerra de Secesión (1861-1865) y que luego se instaló en ese lugar.
Sin embargo, su valor se resalta en 1990 cuando comienza la iniciativa de Salvador, y quien se codeó de activos colaboradores para desarrollar esa idea.
Entonces todas las paredes se llenaron de pinturas, murales muy interesantes que convirtieron inmediatamente al lugar en un punto de visita y credo.
Se instalaron pequeños talleres, galerías de arte y altares con enfoque en tres religiones de origen africano: Santería, Palo Monte y la cofradía Abakuá.
Entre sus visitantes estuvieron los estadounidenses Harry Belafonte y Sidney Pollack o el fallecido cantante cubano Francisco Repilado, conocido en el mundo como Compay Segundo.
Se trata de una especie de enclave en el barrio de Cayo Hueso, uno de los más humildes y conocidos de la ciudad-capital.
Salvador pintó murales que cubren toda la altura y ancho de cada casa, edificios y hasta los tanques de agua, además de expandir su arte hasta otras plazas cercanas.
El lugar se transformó de un apartado lugar en medio del cosmopolitismo citadino en un sitio de cultura, en una verdadera y perenne galería de arte.
Desde 1993, comenzó realmente en ese lugar la presentación de encuentros culturales de distinto tipo, todos relacionados con los temas que se muestran en las paredes. Momentos para el baile y los cantos, sobre todo en domingos.
Un espacio realmente único, fotografiado por viajeros llegados a la Isla en plan de turismo o ejecutivos deseosos de conocer más de cerca la cultura autóctona insular.
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